Expansión de Horizontes — James A. Long

¿Carbón o Diamante?

Como muchacho originario de Pennsylvania, yo estaba orgulloso de que mi estado natal podía ufanarse de tener una de las mayores selvas que la tierra había conocido. No importaba que hubieran desaparecido; el hecho de que una vez estuvieron presentes era bastante maravilloso para mí. Por supuesto, florecieron hace millones de años, en alguna Edad Carbonífera; pero me conmovió comprender que el bióxido de carbono que habían absorbido aquellos árboles hace tanto tiempo, bajo la presión de la tierra, rocas y el tiempo había ido, poco a poco, metamorfoseándose en carbón.

Aun en aquel tiempo me pareció obvio que nada muere en realidad. Las cosas cambiaban sus formas, pero la energía que les hiciera vivir sencillamente se fue a otra parte. Por todo lo que sabía, la fuerza que en otro tiempo había hecho correr la savia por los pinos pudiera todavía estar en derredor, tal vez haciendo verde a nuestras actuales selvas, mientras que, bajo tierra, sus troncos ancestrales, ya transformados, se habían hecho un medio de subsistencia para miles de personas. Hace generaciones que los mineros han estado excavando el carbón, los taladradores bombeando el petróleo crudo de los yacimientos, y los geólogos recogiendo esmeradamente fósiles de plantas y animales, mientras que, a lo largo de los ríos y valles, nosotros los muchachos, buscábamos puntas de flecha y hachas de guerra dejados por nuestros predecesores, los indígenas.

Mineral, planta, animal y ser humano, cuatro reinos de la Naturaleza, todos estrechamente relacionados entre sí; pero cada uno desenvolviéndose dentro de su propio ciclo de vida, de nacimiento, desarrollo y muerte. Aquí las coníferas y helechos habían recogido su substancia del suelo y del aire, y ahora después de períodos tremendos estaban devolviéndola como carbón, grafito, gas y petróleo, para calentar nuestras casas, suplir nuestro grafito de lápiz, cocinar nuestros alimentos y abastecer de combustible a los hornos de la industria. Carbón acumulado en su forma elemental, uno de los minerales más blandos y opacos. Sin embargo, con no más que una pequeña diferencia de estructura interna, forjada por la presión acumulada de las edades, produce puro carbón todavía, pero ahora en forma cristalina, el más duro de los minerales, el más hermoso y transparente: un diamante multifacético.

Uno en esencia, distinto en cuerpo, así es el universo; después de todo, desde el mineral hasta la estrella, todo es de la misma materia básica. Es sencillamente asunto de ver lo que se hace con la "materia"; cómo están arregladas o combinadas sus partículas, para formar en una etapa determinada una maleza, en otra, una piedra o un hombre; o por otra parte, un Sol. La estabilidad y versatilidad de la fuerza vital: nunca he perdido ese relámpago juvenil de convicción. Hay una fraternidad que abraza todo el cosmos, no sólo a los seres humanos sino a todo, desde el electrón a la nebulosa. Y todos los pueblos del globo son literalmente una sola familia, que ni el color de la piel, ni los idiomas que emplean pueden hacer o deshacer ese hecho. Somos todos uno: químicamente, formados de materia estelar difundida por el cosmos; espiritualmente, dotados con la llama de un elemento divino que enciende cada punto del espacio en una unidad en desenvolvimiento.

¿Si de veras hay "una Divinidad que forja nuestro destino," cómo entonces tomar en cuenta las enfermedades de nuestro tiempo? En casi toda actitud que tomamos, hay trastorno, desaliento, y una trágica debilidad de espíritu. ¿Por qué esto es así, cuando nunca antes hemos tenido oportunidades tan magníficas para el desenvolvimiento? ¿Estamos en realidad tomando el rumbo del desastre? ¿O es que hay algún aspecto que hemos desatendido a causa de nuestra preocupación por el lado sombrío de los asuntos humanos?

"Donde la noche es más oscura, allí brillan las estrellas con mayor claridad." El antiguo proverbio español nunca ha sido aplicado tan exactamente como en este caso. Tal vez hayamos crecido demasiado rápidamente. La exploración del espacio externo de repente ha hecho caer sobre nosotros una serie entera de problemas nuevos que para manejarlos todos de una vez, nos encontramos mal preparados. Nos vemos forzados a tomar la responsabilidad de una edad adulta superior, y no hemos todavía reconocido de lleno, mucho menos aceptado el reto. Pero estamos aprendiendo rápidamente y bien. El mismo trastorno tan universalmente sentido es señal de un fuerte movimiento interior, la lucha del alma de la humanidad, en el proceso de salir de una crisálida inservible.

Claro que tenemos problemas, y serios, pero yo tengo tanto en menos la buhonería de los profetas de la ruina, como los adictos a la paz mental que almibaran cada dificultad. Tengamos un realismo del espíritu que no tema afrontar la vida tal como es. Si quisiéramos andar al paso con los científicos, como ellos lanzan sus sondas, debemos estar sondeando los alcances del espacio interior dentro del corazón del hombre, que es su vínculo con la divina inspiración que dio origen al cosmos.

Puede ser que nosotros parezcamos un poco más que animales desarrollados; pero, con un poco más de tiempo y de paciencia comprensiva, encontraremos nuestras alas y descubriremos que ningún poder en el universo es más poderoso que la divina esencia infundida dentro de nosotros. Mental y espiritualmente somos deveras gigantes en embrión, mútuamente iguales en potencia con la gran Inteligencia que anima las galaxias y los Soles. Este es el realismo que resultará mucho más dinámico que el llamado realismo de las mentes negativas.

Desechemos la ansiedad excesiva y la duda. Nunca logró alguien nada por sentir lástima de sí mismo, o al deprimir su capacidad inherente de triunfo. Es cierto que no podemos hacer desaparecer el mal, rezando para alejarlo sólo para que podamos negar que las enfermedades, la aflicción y la muerte son parte de la experiencia humana. Pero la salud, la alegría y el desarrollo son también parte del vivir. Visto desde la serie de sucesos externos, las vidas de muchas personas parecerían ser un fracaso; pero, visto por los ojos de nuestro Yo Superior, no puede haber fracaso. Aunque perdamos muchas batallas, el Guerrero inmortal interior es invencible y nos conducirá muchas veces al campo del esfuerzo humano hasta que la plena victoria sea nuestra.

Si de veras penetra la Inteligencia Divina cada partícula del Infinito, entonces cada ser humano particular tiene a su disposición todo el poder e iniciativa creadora para cooperar con Ella y sus elementos constructivos en la Naturaleza. Es posible que tengamos mucho del carbón y del petróleo crudo en nuestro carácter; pero tenemos también la potencialidad de un diamante. Es por eso que los budistas, especialmente en el Tíbet, hablaron del Señor Buda como el "corazón-diamante," cuyo ser completo había, mediante la presión de las edades y la intensidad de la experiencia, sido transformado en la pureza y firmeza del diamante. Del más opaco en calidad, llegó Gautama, por el crisol de la prueba, a ser el más translúcido: tan perfecto reflector de la Luz interior como del sufrimiento del hombre en lo exterior. Un ejemplar de la compasión en realidad de verdad, porque tan adiamantado en voluntad y propósito, y sin embargo tan sensible al lamento del corazón del mundo, que rehusó la gloria de la Omnisciencia para poder retornar a la Tierra y compartir con toda la humanidad el resplandor de su triunfo.

Carbón o diamante, nosotros también somos compuestos de ambos.



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