Pregunta — ¿Es posible considerar la cuarta Paramita que denominó usted "indiferencia al placer y al dolor?" Yo he pensado en ello, pero no puedo ver la lógica en hacerse indiferente. Por supuesto, si queremos todos hacernos ermitaños, esto es cosa distinta; pero yo siempre he sentido que debemos mantenernos más o menos enterados de todo, si queremos comprender los problemas de nuestros prójimos. ¿Por qué debemos tratar de escaparnos del placer o del dolor?
Comentario — Es cierto que no queremos librarnos de nuestras responsabilidades para hacernos ermitaños y buscar una pronta salvación para nosotros mismos. Eso está muy lejos de ser la finalidad del aspirante genuino. En realidad no debemos tratar de librarnos de ninguna cosa, mucho menos de los problemas que traen el placer y el dolor. Eso sería escapismo puro y sencillo, y de la clase más egoísta. No obstante, suponiendo que lográsemos hacerlo por algún tiempo, no podríamos huir por mucho tiempo, pues los "pares de opuestos," calor y frío, noche y día, placer y dolor, norte y sur, son propios de la Naturaleza.
Permítame leer la definición completa de esta cuarta Virtud: Desapasionado. "La indiferencia al placer y al dolor, la ilusión superada, sólo por la Verdad percibida." Cuando veamos las cosas como realmente son, no como parecen ser, entonces será percibida la verdad de un acontecimiento.
Pregunta — Definiría usted la palabra indiferencia? Parece de importancia llegar a significados básicos.
Comentario — Veamos lo que dice el diccionario: "indiferencia: exención de la pasión; indiferente: libre de pasión; moderado; tranquilo, imparcial; sinónimos: templado, sosegado, sereno, calmado." Una definición excelente a mi parecer. Podemos entonces decir que la indiferencia es la cualidad de contemplar cualquier acontecimiento o condición de la vida con un ojo imparcial, por lo tanto con claridad de visión, porque los oscurecimientos de la pasión o de la ilusión, ya sean de un exceso de exaltación o de depresión, se han dispersado.
Así, esta cuarta Virtud no aboga por escaparse de los pares de opuestos; sino más bien por la práctica de una indiferencia calmada, hacia los efectos en nosotros mismos del placer o del dolor, para poder así hacer frente con ecuanimidad a cualesquier apuros que la vida nos haya reservado.
Pregunta — ¿No sería la existencia algo monótona si nunca experimentásemos tales extremos? ¿Qué sería del individuo intensamente sensible? Un día estaría allá en las nubes del éxtasis, y al siguiente día, hundido en la desesperación. Sin embargo, está viviendo, no experimentando una vida indeterminada, sin júbilo ni pena.
Comentario — Puedo asegurarle que no hay nada indeterminado en el esfuerzo de poner en práctica esta Virtud en particular. Como lo expresara un ingenioso: Puede ser que sea una escuela para niños, pero sólo un hombre puede pasar por ella. Trate por una sola semana de hacerle frente a cada acontecimiento, desde la mañana hasta la noche, con ecuanimidad, para convencerse si cuesta o no mucha fuerza moral mantener el esfuerzo. Claro que en cada clase social hay gente tan poco susceptible que no siente nada, y más aún, que no le importa un bledo los sufrimientos de las demás. Afortunadamente son una minoría. Por supuesto, nosotros no debemos juzgar la sensibilidad interior de otro, por muy tosca o aparentemente insensible que sea su personalidad.
Por otro lado hay individuos, y también genios, que sienten todo con una intensa agudeza. Aunque no soy defensor de la vida irregular de muchos de los genios, sin embargo el mundo sería el perdedor si algunos de ellos no hubieran tenido esos momentos de clara visión y de que no hubiesen tratado de traer a su propia manera el recuerdo de "sólo la Verdad percibida." Pero el genio está en una categoría distinta, única, y es muy discutible si su camino es el más apropiado y natural para la mayoría de la humanidad. La mayoría de nosotros somos sencillamente gente común, ni réprobos ni genios, que en nuestros mejores momentos tratamos de encontrar el "justo medio" o, como lo expresó el Buda, ese camino "de en medio" donde puede el desenvolvimiento espiritual ir mano a mano, guiando nuestro desarrollo material. Ser indiferente es entonces estar libre del dominio de cualquier deseo particular. Obviamente, ha de aplicarse tal indiferencia o exención de la pasión en primer lugar y principalmente a nosotros mismos, pues sería contrario a la ley compasiva del Ser si sintiésemos una indiferencia insensible hacia el dolor de otros.
Pregunta — Encuentro que esta Virtud en particular me causa la mayor dificultad, porque creo que estaría muerto si no tuviera ningún deseo dominante.
Comentario — ¡Pero el esforzarse hacia la "indiferencia del placer y del dolor" no quiere decir que no se debe tener deseos! Simplemente quiere decir que hemos de tratar de vivir en el centro de cada experiencia en vez de oscilar en el péndulo de la vida que chocamos con la cabeza (también con el corazón) primero en un lado y después rebotamos violentamente al otro lado. Estamos aquí para tratar de vivir y trabajar sin sucumbir a los efectos del placer o del dolor, belleza o fealdad, o cualesquiera de los pares de opuestos. He aquí la llave, completa como yo la veo. Ciertamente debemos de tener deseos que son el motor de la evolución. Hay un decir antiguo de los Vedas: "El Deseo surgió al principio de Ello," y el mundo vino a la existencia; la divina semilla de un mundo por venir tenía primero que sentir la pulsante llama del deseo de manifestarse antes de que pudiese asumir una forma material. Así sucede con cada uno de nosotros; tenemos que experimentar el deseo de crecer, de evolucionar, de lo contrario seremos indolentes. Los dioses saben demasiado bien que nunca harán su marca en cosas espirituales (ni aun en las materiales) los individuos indolentes.
Pregunta — ¿No dice la Biblia algo acerca de Dios arrojando a los tibios de su boca?
Comentario — En El Apocalipsis, me parece. ¡No, no hay nada flácido ni tibio en la práctica de esta Paramita!
Pregunta — Recientemente recibí una carta de una amiga que trabaja como enfermera particular. Ella escribió cuán "triste era la vida;" ésta había hecho el mejor esfuerzo, pero sin embargo, el paciente a quien había llegado a estimar cariñosamente, murió. Y así continúa, escribiendo "enfermo tras enfermo, unos se mejoran; otros prolongan una vida llena de miseria; y aún otros no vencen sino que mueren." Parece fácil comprender los principios cuando los tratamos aquí, pero cuando uno tiene que ponerlos en la práctica día tras día, bajo circunstancias bien penosas, entra en juego una clase de valores distintos.
Comentario — Esto señala la fina distinción entre la pura teoría y la práctica. Sería el colmo de la hipocresía si no sintiésemos las tristezas de otros, tanto como sus alegrías. Tenemos que llegar a ser siempre más sensibles a sus regocijos y dolores en proporción directa, mientras nos pongamos sensibles a los nuestros. Ese es el primer requisito.
Pero consideremos a la enfermera, o aún mejor, al médico o cirujano. Él trata paciente tras paciente: como resultado de una disciplina de sí mismo y de una dedicación impersonal a su profesión; efectivamente vive esta cuarta Virtud, en un grado mayor o menor: si él no tuviera una medida de indiferencia, de un "divino descuido," y confianza de que si hace lo mejor posible no puede hacer más; él sufriría un colapso. No podría resistir la terrible tensión. Con todo el respeto debido a su capacidad, su conocimiento y su pericia, existe "la mano de Dios" o Karma, si se quiere; y el paciente o vence, o no vence.
Cada médico toma un juramento: se compromete a conservar la vida y traer la salud donde está la enfermedad, hasta donde lo permitan sus conocimientos y capacidades. No tengo dudas en mi mente de que el cirujano que opera sufre profundamente cuando entra algún elemento imprevisto, y en vez de un buen resultado el paciente muere. ¿Qué hace él? Él puede ser penosamente lastimado, pero debe seguir caminando. Hay otras vidas que salvar; otros hombres y mujeres cuya felicidad y futuro dependen de su pericia, su dedicación y su servicio impersonal. Así que, con una divina "indiferencia" hacia los efectos, de júbilo o de tristeza, él se da de lleno al paciente próximo, sin demasiado apego hacia el buen éxito o el fracaso de sus esfuerzos.
Pregunta — Usted habla del médico ideal, porque no todos son tan impersonales ni tan dedicados como el que usted retrata.
Comentario — Obviamente, cada profesión, cada organización religiosa, cada ramo de la empresa humana tendrá sus grandes representantes, tanto como sus miembros egoístas, insensibles y aun representantes crueles. Pero eso no disminuye el principio. Podemos actuar positivamente, impersonalmente, con sensibilidad a los valores internos, en la medida en que los sintamos, en cualquier campo de acción en que nos hallemos. Haciendo esto, descubriremos los beneficios de la práctica de estas Paramitas.
Pregunta — Todo esto parece maravilloso, pero poder enfrentar los problemas complejos de la existencia diaria con la ecuanimidad, ¿no es eso una tarea casi imposible?
Comentario — No es fácil, de ningún modo. Pero no está dicho que de la noche al día todos llegaremos a estar "igualmente dispuestos como el sabio." Se nos dan las Paramitas como un ideal, como algo que mantener dentro del corazón y hacia qué aspirar. Debo añadir que hay ciertas claves básicas, las cuales, si son entendidas, le dan a uno, no sólo perspectiva, sino también una confianza más amplia de sí mismo. Hemos tratado aquí muchas veces de la divinidad que reside en el centro de cada ser viviente en la Tierra. Tendemos a olvidar que está también incluido el ser humano. Cuando empezamos a considerar esa idea, pronto nos damos cuenta de que ha de haber un horizonte ilimitado delante de nosotros, así como hay un fondo ilimitado de experiencias detrás de nosotros. La antigua creencia de que el hombre es un peregrino de la eternidad, con la oportunidad de desarrollar y aprender a través de una serie de vidas, abre de par en par la frontera ante nuestra conciencia. Y la realización de que la mejor preparación que se nos da en el mundo llega a toda hora de cada día, pues nada viene a nosotros sino aquello que nosotros mismos hemos ganado. Cuando aprendamos a leer la lección diaria que nos trae la vida, encontraremos ante nosotros oportunidades para apreciar todas las Virtudes, no sólo la cuarta.
Ahora bien, la quinta Paramita se denomina Intrepidez, aquella "energía intrépida que lucha paso a paso hacia la Verdad suprema, desde el cenagal de las mentiras terrestres." Éste señala la lucha eterna entre la luz y la obscuridad, verdad y mentira. La Verdad es, pero para encontrarla necesita el alma toda la fortaleza que pueda reunir a fin de desenredarse de la jungla de conceptos falsos que ha construido durante las edades. Si se puede mantener el disfraz sutil de decepción y la influencia corroedora de la duda en cada plano de experiencia, entonces se conocerá la Verdad, no en su totalidad, sino siempre con mayor claridad.
La sexta Virtud se llama Contemplación. La entrada en la Verdad, el estar absorto en su ambiente, con el conocimiento de uno, meditando los valores eternos en vez de los detalles triviales. Hay un mundo de diferencia entre la contemplación genuina y las llamadas "prácticas de meditación," muchas de las cuales representan un verdadero peligro para el alma. En efecto, cuando me preguntan "¿cómo debo yo meditar?", mi respuesta invariable es: "si yo fuera usted, terminaría todas las practicas fijas de meditación." Todo lo que es forzado contra la Naturaleza es un obstáculo, y no un auxilio, para el desenvolvimiento espiritual. Yo prefiero considerar la contemplación como algo interior, casi inconscientemente imbuido en nuestra alma extendiéndose hacia el Padre interno, de manera que guiará nuestra conciencia por valores verdaderos en vez de los falsos.
Aquí tienen en breve, las "seis gloriosas Virtudes" o las "Paramitas de la perfección"; pero no es que su práctica traerá la perfección, pues no hay tal cosa. Pero sí puede, si se hacen parte de nuestras vidas, su espíritu, ayudarnos a alcanzar una comprensión más amplia y universal.
Pregunta — Usted dijo que algunas veces se dan como diez. Yo no puedo ver la necesidad de por qué tantas o por qué es necesario una división adicional. Me imagino que cualquiera podría componer una lista de seis, diez y aun treinta Virtudes. ¿Pero si se absorbe la idea básica, no tenemos bastante con qué proceder? ¿No tiende el deseo de la información a engendrar el deseo por más y más datos, con el resultado que se amontonan sobre sí? Uno se pregunta, a veces, si nunca se satisfará antes de encontrar la última solución cara a cara. Es a su propio modo una forma de egoísmo, ¿no es verdad?
Comentario — El deseo por más y más datos no relacionados con lo ético, sí engendra una clase de egoísmo. Sin embargo es una etapa natural de desarrollo, una vez adquirido un grado de capacidad intelectual, de querer más y más datos puestos ante nosotros de una manera exacta y ordenada. Como hemos dicho, aquellos datos no nos beneficiarán en nada, si no entendiéramos sus valores espirituales fundamentales y dejáramos que mantuvieran un buen refrenamiento sobre nuestra sed de poder intelectual. Permítanme terminar con lo siguiente, tomado de una escritura budista, en contestación a la pregunta de cómo se debe practicar la verdadera caridad:
Cuando ellos [los estudiantes o discípulos] hacen actos de caridad, no deben abrigar ningún deseo de recompensa ni gratitud o mérito o ventaja ni algún galardón mundanal. Deben buscar reconcentrar la mente en beneficios y bendiciones universales que son para todos en común, y al actuar así, realizarán dentro de sí la más alta sabiduría perfecta.
En estas pocas palabras, tenemos la solución, yo creo, del verdadero valor de cualquier código de ética que escogiésemos seguir.