Ahora celebramos el tercero de los grandes eventos espirituales y síquicos del año esotérico, el ciclo iniciático centrado en el Solsticio de Verano; celebramos poder enseñar por sugestiones intelectuales y espirituales los eventos de las iniciaciones que se llevan a cabo durante este tiempo en diferentes lugares de la superficie de la tierra.
Es un pensamiento muy sugestivo, y uno que deberíamos llevar con nosotros siempre — cada uno de nosotros como su más preciado ideal — el de que cualquiera que pertenezca al anillo externo del Cuerpo místico puede, si él o ella lo desea, algún día pasar del anillo externo al anillo interno, y de ese anillo interno a uno mucho más cercano al centro; y así sucesivamente, hasta que finalmente, si el discípulo prevalece en la conquista del ser y en el engrandecimiento de su conciencia, deberá un día llegar al centro, y entonces, por su propia voluntad y actos puede ser atraído dentro de las corrientes iniciáticas de la vida que lo llevarán al místico peregrinaje, en la ronda de experiencias esotéricas, y regresar como un renunciante dispuesto y consciente de lo que él sabe puede obtener, pero que lo rechaza con el fin de quedarse y ayudar al mundo como una de las piedras en la Pared Protectora que rodea a la humanidad.
Ustedes recordarán que el año místico contiene cuatro puntos estacionales, y estas cuatro estaciones en sus ciclos son símbolos de los cuatro eventos principales del progreso de iniciación: primero el Solsticio de Invierno, el cual es también llamado el Gran Nacimiento, cuando el aspirante hace nacer su dios interno y aunque sea por poco tiempo llega a ser uno con él en conciencia y sentimiento; un nacimiento que en verdad es el nacimiento del Buddha interno, nacido del esplendor espiritual solar, o el nacimiento del Cristos místico.
Luego, en segundo lugar viene el periodo o evento de la adolescencia esotérica en el Equinoccio de Primavera, cuando en completo vigor de la victoria obtenida durante el Solsticio de Invierno, y con la maravillosa fuerza y poder interno que obtiene a través de tal logro, el aspirante entra en la más grande tentación, con excepción a una, conocida por los seres humanos, y prevalece; este evento puede ser llamado la Gran Tentación. Con esta iniciación durante el Equinoccio de Primavera, los Avatāras están implicados, formando, como ellos lo hacen, una de las líneas de actividad — una línea-dios, en realidad — de la Jerarquía de Compasión y Esplendor, aunque los Avatāras están afuera del ciclo de tentación, excepto en lo que concierne a la porción humana en ellos.
El tercer evento llega en el Solsticio de Verano, durante este periodo el neófito o aspirante ha de pasar y prevalecer sobre la Gran Tentación conocida por el hombre, a la que ya nos referimos anteriormente; y si él prevalece, lo que significa renunciar a toda oportunidad de progreso individual por la oportunidad de llegar a ser uno de los Salvadores del mundo, él entonces toma su posición como una de las piedras en la Pared Protectora. De aquí en adelante dedica su vida al servicio del mundo, sin pensar en su progreso individual — esto puede durar eones — sacrificándose a sí mismo espiritualmente poniéndose al servicio de todo lo que vive. Por esta razón, la iniciación en esta estación del año ha sido llamada la Gran Renunciación.
Finalmente, llega el cuarto y último periodo cíclico del año místico, el evento del Equinoccio de Otoño, el cual quizás es el más sublime, pero que realmente no es tan sagrado como la iniciación que estamos ahora conmemorando; porque en la iniciación del Equinoccio de Otoño, el neófito o aspirante pasa más allá de los portales de la muerte irrevocable y no vuelve a regresar entre los hombres. Una línea de esta actividad, noble y espiritual, pero que no es la línea de la Jerarquía de Esplendor y Compasión, es la que siguen los Pratyeka Buddhas. Eones pasarán antes que estos Pratyeka Buddhas vuelvan a despertar para tomar de nuevo la jornada evolucionaria, el peregrinaje evolucionario.
El Equinoccio de Otoño está asimismo cercana y estrechamente relacionado a la investigación, durante los ritos y pruebas del neófito, de los múltiples e intrincados misterios relacionados con la muerte. Por ésta y otras razones ha sido llamado el Gran Paso.
Hijos del Sol y Descendientes de las Estrellas: ¿Nunca se les a ocurrido ha ustedes preguntarse por qué las estrellas brillan en la bóveda violeta de la noche; por qué nuestro sol brilla con una gloria incesante vertiendo a través de eones y eones su propia sustancia de luz, vida y energía; y por otro lado, por qué, las vastas extensiones y reinos de la naturaleza están sumergidos en una aparente rigidez fría y cristalina: dormidos, inactivos, aparentemente inmóviles, y sin embargo, verdaderamente impregnados por todos lados y todas partes (de tal manera que ningún átomo es privado de ello) de la vida siempre permanente y consciente del Ilimitado? ¿Nunca se han preguntado por qué estos dos grandes contrastes existen en el universo manifestado — por un lado luz, movimiento, actividad y poder, resultado de la divinidad y de las energías espirituales; y por el otro lado inmovilidad relativa, rigidez, somnolencia cristalina, y las esferas de frío y sueño espiritual?
Si no se han hecho estas preguntas, todavía no han despertado realmente; sus almas espirituales no están todavía girando conscientemente dentro de ustedes, y están dormidos e inactivos. No son los animales los que se hacen preguntas como éstas, porque ellos viven dentro de los restringidos limites de su reducida conciencia, porque es una conciencia de sensación y de reacción a la sensación, sin el divino fuego del pensamiento auto-consciente, y sin la inquisitiva inteligencia, sedienta de luz y conocimiento, que caracteriza al hombre como hijo del Sol y como descendiente de padres estelares.
Por un lado, espíritu, y por el otro, materia, vida consciente por un lado, y una inmovilidad relativa y una somnolencia de la conciencia por el otro. Cuando observamos su naturaleza décuple y consideramos sus actividades, entonces nos damos cuenta de que podemos figurarnos la situación como si fuera un vasto ejército de los hijos de la luz trabajando en la oscura y durmiente materia, los hijos de la luz existiendo en sus encarnaciones entre los dos polos, los cuales en nuestro presente estado consciente parecen ser reinos impenetrables. ¿Cuáles son estos dos polos? Uno es el polo de la materia, pero el otro es el polo del espíritu que, por su incomprensible resplandor y poder, está tan lejos de nuestra concepción o más noble ideación intelectual, que parece tan impenetrable a nuestro entendimiento como el otro polo del que acabamos de hablar, también aparentemente oscuro e incomprensible.
La razón por la cual la naturaleza se divide en dos para el entendimiento de los humanos, es porque observamos por un lado la hueste de la luz, y por el otro la hueste de la materia; y sin embargo las dos son fundamentalmente una, la diferencia está en que las huestes de la luz son entidades que en mayor o menor grado han progresado hacia el polo del espíritu, y las huestes de la obscuridad están regidas por los māmo-chohans; como, de hecho, también el lado luminoso está regido por la Jerarquía de Esplendor que consiste en los dhyāni-chohans en una siempre creciente gama de gloria, ascendiendo a través de la escalera de la vida fuera del alcance de nuestra más grande visión, esforzándonos hacia arriba de la manera que podamos. Estos dos polos de la naturaleza: el de obscuridad y el de luz, son las dos vías eternas, eternas porque son la misma naturaleza poderosa. Podríamos hablar del lado de arriba o de la luz como el que pertenece a la Jerarquía de la Compasión y el de abajo u obscuro como el de la Jerarquía de la Materia; sin embargo los dos están eternamente evolucionando hacia arriba en un progreso permanente. Después de todo, estos son dos modos de vida, aunque fundamentalmente los dos son uno.
Como lo dijo un gran sabio y vidente del Lejano Oriente, Lao-tsé, cuando hablaba sobre el Tao:
Su parte superior no es brillante, y su parte inferior no es obscura. Incesante en la acción, sin embargo nunca se puede nombrar, de la acción regresa de nuevo al Vacío espiritual. Podríamos llamarle la forma de lo que no tiene forma, la imagen de lo que no tiene imagen, lo fugaz y lo indeterminable [y sin embargo es lo que siempre perdura]. Colócate enfrente y no le puedes ver su cara, colócate atrás y no le puedes ver la espalda. . . .
Sin un nombre por el cual puede ser correctamente llamado, es el origen de las esferas celestiales y las esferas materiales. Cuando tiene nombre el hombre le llama La Madre Eterna de todas las cosas. Solo aquél que está constantemente libre de pasiones terrenales puede entender su divina esencia; pero aquél cuya mente está atascada y cegada por pasiones, solo puede ver su forma exterior. No obstante estas dos formas, la espiritual y la material, aunque las llamemos por diferentes nombres, en su origen son idénticamente una e idénticamente la misma. Esta igualdad es un misterio maravilloso, el misterio de los misterios. El entendimiento de este misterio es el portal de toda iniciación.*
*Pasajes del Tao-te-ching parafraseado de la traducción de Lionel Giles.
Hijos del Sol y Descendientes de las Estrellas: ¿Son ustedes como el animal ciego sin razonamiento, que no tiene la curiosidad divina por la sabiduría, el conocimiento y el amor? O ¿Se están volviendo como los sabios y visionarios de las edades, que ven en todo lo que los rodea, en cada cosa o evento, por diminuto o grande que sea, la llave de un enigma cósmico? Piensen y hagan un momento una pausa sobre este pensamiento. Cuando se ponen a considerar las orbitas brillantes arriba de nosotros, y nuestra propia gloriosa estrella a la que llamamos Padre Sol ¿Nunca se les a ocurrido que estas estrellas son manifestaciones de la Jerarquía de la Compasión que traen luz, vida, amor y sabiduría a los reinos obscuros de las esferas materiales de la naturaleza? ¡En verdad así es!
Cada sol que discernimos en el cielo de media noche, cada criatura humana, cada dhyāni-chohan cuya presencia podríamos instintivamente sentir, no es solamente una entidad evolucionando y progresando, especialmente en el caso de las estrellas y los dioses, sino que también es una entidad, la cual, motivada por el amor celestial y la sabiduría divina, cada una de acuerdo con su propio poder kármico, y hasta donde le es posible, se ha detenido en su camino o avanza despacio en su camino, para poder ayudar a las huestes y multitudes de entidades menos avanzadas que vienen atrás de nosotros.
Pues una estrella, nuestro sol por ejemplo, no es solamente un dios que evoluciona en sus aspectos divino, espiritual, intelectual, psíquico y astral, sino que también se inclina hacia nosotros desde su trono espiritual, y por lo tanto aparece en nuestra propia región material, ayudándonos, dándonos luz, empujándonos hacia arriba.
Estas no son palabras vanas de una poesía vacía, sino una verdad sugestiva. En todas partes a nuestro alrededor, la naturaleza proclama la ley, el orden, la regularidad, una sucesión de eventos en la que seres y cosas son arrastradas a través de las edades en el vasto seno del río de vidas; y todo esto es el trabajo de la Jerarquía de Esplendor y Compasión, de la cual nosotros de una manera humilde formamos en esta tierra el círculo o esfera más exterior. Es el mismo impulso que inclina a los dioses, los Observadores Silencios y los seres estelares, a ayudar a los seres menos avanzados, eso inclina el corazón de los Buddhas de Compasión, y el de los Maestros de Sabiduría y Paz y sus chelas, a tomar la iniciación de la Gran Renunciación, copiando así en el campo humano lo que ocurre en un grado sublime entre las divinidades. Un Avatāra no es más que un caso excepcional de un tipo peculiar, ejemplificando la regla por la cual los Buddhas son los ejemplos más nobles y notables del caso general.
Poco sabe el hombre del amor inmenso, de los impulsos divinos de compasión, que inclinan las almas de aquellos que consuman la Gran Renunciación, renunciando a toda esperanza de un progreso evolucionario personal, el cual puede tomar muchos eones, con el objeto de permanecer en la tierra y ayudar a sus semejantes y al servicio del mundo.
Desconocidos, sin recibir agradecimiento, siempre silenciosos, compasivos, siempre llenos de divina paz, trabajando continuamente, observando a otros pasar delante de ellos ya que el desplazamiento del río de vidas se mueve despacio en su recorrido interminable. Allí se encuentran firmes como pilares de luz, estas nobles y grandes almas. Aunque saben que un día su recompensa vendrá, una recompensa fuera de todo entendimiento humano, sin embargo, permanecen a través de las edades sin pensar en su recompensa, perduran, perduran y perduran.
El hombre en el mundo no tiene ningún conocimiento de las potentes manos y poderosas voluntades que retienen ciertas fuerzas y elementos cósmicos, para que estas fuerzas y elementos no destruyan al hombre por su ignorante estupidez y su ciega obstinación cuando los invoca a través de sus emociones y pensamientos egoístas, poderes cósmicos de los que en realidad no tienen ninguna conciencia real. Porque estas Grandes Almas son los escudos protectores de la humanidad, por eso son llamadas la Pared Protectora.
Cada hombre o mujer que hace un acto, generoso, altruista y compasivo es, de igual modo en lo que el impulso y acto compasivo lleva, un miembro de la Jerarquía de Compasión y Esplendor. Cada hombre o mujer que hace un acto de egoísmo o que sigue ciegamente y solamente un impulso del lado de la materia de ella o de él está, de igual modo en lo que el impulso y acto lleva, actuando bajo la influencia de los poderes sombríos y profanos del mundo material cuyos dirigentes son los pavorosos māmo-chohans que preceden en los pralayas. Cada hombre o mujer que comete un acto egoísta, malo o innoble, realmente está tomando un paso hacia atrás y está, digámoslo de paso, impidiendo el futuro progreso de sus prójimos; porque todos estamos inseparablemente tejidos en una red de vida, en una unión orgánica viviente.
¡Qué hermosos son aquellos que en su frente brilla la luz eterna, la luz de la paz eterna, la luz de la sabiduría, y la iluminación de un amor inmortal! Ellos crecen y crecen rápidamente, estimulados por la radiante luz que emite desde las profundidades de su propio ser espiritual. ¡Ellos muestran majestuosidad, una calma, una paz bendita, una felicidad inefable! ¡Qué fuerza tan admirable la que ellos adquieren por cada pensamiento noble, por cada acto noble! Hombres y mujeres que encarnan este espíritu de devoción desinteresada, aunque sea en un nivel insignificante, se están preparando para un tiempo futuro cuando ellos se encuentren enfrente de la puerta y toquen, buscando, preguntando, demandando, con el innato derecho de dioses en embrión, esta iniciación de la Gran Renunciación; y entonces encontrarán su lugar como trabajadores autoconscientes de la Jerarquía de Compasión y Esplendor.
Como Lao-tsé vuelve a decir a este respecto, al hablar del Tao, que es a la vez el organismo cósmico en su lado divino y el eterno esplendor dentro del seno del aspirante: “El mundo entero de los hombres acude con entusiasmo a aquél que posee dentro sí la poderosa forma y poder del Tao. Ellos vendrán y no serán lastimados, sino que encontrarán reposo, paz, tranquilidad, y sabiduría.”
Hablando de nuevo de la ética práctica de aquél que ha llevado a cabo la Gran Renunciación y pasado a través de los ritos más sagrados el gran Maestro Chino dice:
Aquél que está vacío debe ser llenado; aquél que se ha desgastado tiene que ser renovado; el que tiene poco lo debe tener todo; aquél que piensa que tiene mucho será extraviado. Por lo tanto, el sabio abraza en el pensamiento la unidad cósmica, y consecuentemente llega a ser un modelo de todo lo que esta bajo el cielo. Él está libre de auto-exhibición, por lo tanto él resplandece; libre de auto-afirmación, por lo tanto se le distingue; libre de auto-glorificación, por consiguiente se le glorifica; libre de auto-exaltación, consecuentemente está arriba de todos. Puesto que nunca compite con otros, no hay nadie en el mundo que compita con él.
Y más adelante, el mismo sabio y visionario enseña lo siguiente en sus paradojas.
Por lo tanto, el sabio que desea estar por arriba de la gente, debe ponerse por sus palabras debajo de la gente. Deseando ser más noble que la multitud, debe él ponerse modestamente detrás de ellos y a su servicio. De esta manera, aunque él tiene su lugar natural por encima de ellos, la gente no siente su peso; aunque tiene su lugar natural delante de ellos, ellos no lo resienten. Por lo tanto, la humanidad se deleita exaltándolo, no se preocupan por él.
El sabio no espera reconocimiento por lo que hace; él logra el mérito pero no lo toma; . . . tengo tres inapreciables principios a los que yo me aferro y estimo sobre todas las cosas. El primero es la amabilidad; el segundo es la frugalidad; el tercero es la humildad la cual me impide ponerme delante de los demás. Sé amable, y entonces tú puedes ser valiente, sé frugal y entones puedes ser más liberal. Evita ponerte delante de otros, y serás un líder natural entre los hombres.
Pero en nuestros días el hombre no es amable, y quiere ser valiente. Desprecia la frugalidad, y solo retiene la extravagancia. Desecha la adecuada humildad, y busca siempre ser el primero. Por lo tanto, seguramente perecerá.
Nunca se debe suponer ni por un momento que la Gran Renunciación implica un abandono de cualquier parte específica del universo manifestado, de tal manera que el neófito o aspirante se dedique solo a seguir el exclusivo sendero de luz. Esto en sí es un sutil egoísmo espiritual que, aunque digan los hombres lo que digan, es el espíritu que gobierna la carrera de los Pratyeka Buddhas. Es necesario para el neófito o chela que desea pasar por la primera puerta de la iniciación que lleva a la Gran Renunciación el entender que en lugar de abandonar el mundo, él permanece adentro, para que, a medida que se desarrolla más, crece más fuerte, más sabio, más noble, para servir cada vez más ampliamente en la causa de todas las cosas que son.
El más pequeño tinte por el anhelo individual de superación personal le cerrará las puertas rápidamente, puesto que la verdadera fundación de esta iniciación es la absoluta abnegación. El esfuerzo requiere una labor titánica, ya que no solo debe la naturaleza personal ser depurada, sino que debe ser totalmente transmutada, al grado que sea compatible con la existencia en estos mundos, para llegar a ser un canal o un vehículo o mediador entre todo lo que está arriba del neófito y todo lo que está debajo de él. De tal manera, él será puesto a prueba en cada fibra de su ser antes de que pueda levantar su corazón y desafiar las grandes pruebas que lo llevarán primero a la penumbra de las regiones del Inframundo — porque él debe prevalecer o fracasará; y después, cuando su corazón totalmente puro y su indomable voluntad lo hallan sacado del peligro de esto, será puesto a prueba en las esferas aun más altas, de tal manera que no más hambrienta añoranza de más luz para sí mismo y comunión con las divinidades para su propia gracia puedan seducirlo a que abandone el sendero que ha escogido.
El sendero del Pratyeka Buddha, después de todo, es relativamente más fácil en comparación con el sendero de aquél que ha escogido la Gran Renunciación; pero qué inexpresablemente bello y sublime es el galardón que llega más adelante, en un lejano futuro, cuando su trabajo una vez terminado, totalmente realizado, como la mariposa se libera él de su crisálida y alzando vuelo en el ambiente de éter donde los dioses lo esperan, llega a ser uno con ellos, auto-consciente y colaborador en el trabajo cósmico. Pero eones pasarán antes de que esta etapa se pueda lograr, eones y eones permaneceremos en nuestros reinos de imperfección y muchas veces de disputa y dolor. Pero para aquél que ha hecho la Gran Renunciación hay una alegría en el corazón que sobrepasa todo entendimiento, la alegría de ayudar, levantar y conducir a otros hacia arriba en la escalera de la vida. El poder llega a ser suyo; hasta ahora las facultades desarrolladas en él han sido sólo parcialmente reconocidas y quizás desconocidas; él llega a ser conocedor de los misterios, de los cuales en las etapas primeras de su crecimiento no tenía ni el menor presagio y quizás ninguna intuición de ellos; y la razón es que entre más lejos él avance en su progreso, más perfecto, más completo, más total será su auto-conciencia mediadora de la sabiduría y amor de las jerarquías arriba de él, que ahora pueden trabajar a través de él como un instrumento perfecto, deseoso, jubiloso, abnegado, fuerte y totalmente capaz.
Para él no hay más frutos del Mar Muerto que se vuelven cenizas en la boca; para él la tristeza y el dolor como la conoce el hombre han desaparecido. Él ha hecho suya la tristeza y el dolor del mundo; qué paradoja más maravillosa, la inefable paz y felicidad que son suyas, porque él es un ayudante totalmente desinteresado, transmuta la tristeza y el dolor del mundo en la luz aún más sublime y la paz del esplendor que está por encima de él y dentro de él. Él llega a ser uno con la naturaleza universal e instintivamente labora con ella en todos sus trabajos, y por esto, la naturaleza lo reconoce como su maestro y le hace reverencia.
Hay muchos grados de aquéllos que toman el sendero de la Gran Renunciación: primero están los más nobles, los propios dioses que se inclinan desde su trono azul, por decirlo así, para comunicarse con aquéllos de su misma jerarquía, pero que están abajo de ellos. Hay innumerables grados todavía más abajo: están los Buddhas de Compasión, los Maestros de Sabiduría y Paz, los chelas avanzados, los chelas que tienen un grado menos avanzado; y hombres y mujeres ordinarios que sienten dentro de ellos la emergente fuerza del fuego poderoso del amor compasivo que, algunas veces por lo menos, llena su corazón con su llama. Buddhas celestiales, Dhyāni-buddhas, Mānushya-buddhas, Bodhisattvas, Maestros, Chelas, Chelas inferiores, nobles y grandes hombres y mujeres; ésta es, en breve, la línea o escala de seres que conforman el Orden de la Compasión.
Así como el chela avanza hacia la maestría, así como el Maestro llega a ser un Bodhisattva, y como el Bodhisattva se desarrolla en un Buddha, y así sucesivamente, hay una creciente comprensión auto-consciente de que cada individuo en esta Jerarquía de Compasión y Esplendor es el vehículo o mediador de una entidad divina que trabaja a través de él como su canal humano; y en la séptima iniciación, aunque nada más se pueda decir del último de los grandes ritos, el iniciado llega a estar cara a cara, lo cual puede ser por un breve instante o por unos meses o años, con esta entidad divina, inspiradora y protectora.
Nunca se debe de suponer que la Gran Renunciación implica que una vez tomada le impide a uno subsecuentes iniciaciones. La Gran Renunciación implica, más bien, que la entidad dedicada se consagra a sí misma a una serie de futuras y más nobles iniciaciones, pero con el único y solo propósito de volverse cada vez más apropiado para transmitir la divina luz a otros menos avanzados que él, y con este propósito solamente.
La Gran Renunciación es también una iniciación que tiene muchos grados, pues el Observador Silencioso de cualquier grado es el primer ejemplar y tipo principal de uno que está en el umbral del conocimiento absoluto y de la inefable paz, y que, sin embargo, no entra sino que permanece ante el último y más grande de los santos para que aquéllos que están menos desarrollados tengan un vínculo con lo más alto.
Cada grado más alto en el que se entra durante el largo ciclo de iniciación antes de que el hombre llegue a ser un Bodhisattva, es un despertar dentro del neófito de un nuevo plano de conciencia y la consecuente llegada de una relación excelsa con los diferentes poderes y fuerzas y aun entidades que pertenecen a cada plano en la medida en que se van obteniendo, uno tras otro. La iniciación no es algo que es añadido a la conciencia del neófito que crece y se expande, como ladrillos añadidos a una pared; sino que los peldaños de la iniciación representan, cada uno, una aceleración del proceso evolucionario. En otras palabras, la iniciación en cada caso y a través del tiempo, es sacar hacia fuera, como una actividad manifestada lo que ya existe dentro del individuo. Este pensamiento es tan importante que les voy a pedir que se detengan y lo piensen bien. Ustedes podrán comprender que ninguna iniciación se lleva acabo puramente por petición o solicitud; por lo tanto, es totalmente imposible, que cualquiera que no esté preparado pase a través de los ritos con éxito. Sería imposible desde el punto de vista espiritual, intelectual, psicológico y físico iniciar a un animal aun en los grados iniciatorios más bajos, por la simple razón que las respectivas partes internas de su constitución no están funcionando juntas bajo la dirección y control de una entidad auto-consciente, como es el caso de los hombres.
Es en este hecho básico de idoneidad natural que reposa toda la estructura de las enseñanzas éticas que los grandes Maestros del pasado le han dado a sus discípulos. La disciplina debe preceder los Misterios. No por mandato de ningún Maestro, sino que simplemente porque es una ley irrefutable de la Naturaleza. El hombre tiene que demostrar que es digno, y no solamente digno, sino que está listo y no solamente que está listo, sino que está apto, antes de que su toque en el portal del sanctun sanctorum pueda ser oído; y recuerden que este “toque” tiene que ser insonoro y sin ningún gesto, porque es un movimiento de la voluntad, intenso y determinado, combinado con una expansión de la conciencia.
¿Qué tan preparado estará un hombre para entrar en las regiones tenebrosas del Inframundo y afrontar los frecuentemente peligrosos habitantes de esos reinos si no puede controlar ni su naturaleza emocional o exitosamente guiar las operaciones de su voluntad, y si no entiende el funcionamiento intricado de su conciencia? Además, ¿cómo puede el hombre pasar con seguridad en los reinos de las regiones superiores del universo, lo que será para él, un estado sin preparación, con todos sus múltiples peligros y atractivos sutiles, si él no tiene una voluntad fuerte y una conciencia amplia y por lo tanto no está preparado para entrar en esos reinos? Sería imposible pedirle a un animal que se encargue de un laboratorio de química o trabajos eléctricos, o por otro lado, demandar de un animal que componga una oratoria o que escriba o delinee una filosofía cósmica que poderosamente convenza las mentes de los hombres.
No obstante ahora hay cientos de miles, quizás millones de seres humanos que no están muy lejos de estar listos y capacitados para tomar las pruebas de la primera iniciación; pero están tan hundidos y enredados en la red de la existencia material, que no solamente no saben estas verdades maravillosas y de sus poderes que yacen escondidos y latentes en su naturaleza, sino que ni intentarían probarlos aunque supieran de las posibilidades gloriosas que son su patrimonio. Su propia ignorancia e inercia impide su avance; y es parte de nuestro deber el despertar estas mentes de nuestros prójimos y abrir la puerta de sus corazones a las verdades sublimes de la naturaleza.
Se puede decir que la más grande y simple preparación para todos los varios grados de iniciación es nuestra vida diaria. Aquí puede probar uno de qué está hecho; aquí podemos enseñar qué clase de materia hay en él; aquí podemos reforzar su carácter, evocar su voluntad, engrandecer su entendimiento, ampliar su vida. Los Maestros juzgan, mejor dicho prueban, a un principiante, a un neófito que da sus primeros pasos, por la manera que se comporta en la vida diaria y reacciona a las tentaciones y pruebas que la vida diaria le pone. Estas observaciones, repito, no son palabras vanas de teorías vacías, sino una verdad total; y esto se entenderá cuando recuerden que la vida es la gran escuela, y que todas las iniciaciones, sin ninguna excepción, no son nada más que obtener buenas notas, alcanzar clases más altas, en la escuela de la vida — la vida terrestre y la vida cósmica.
Recordemos la naturaleza de la constitución del hombre que está compuesta de las siguientes bases fundamentales: primero una divinidad derivada de una estrella, el padre estelar del individuo, y cada individuo tiene uno propio, luego viene la esencia monádica de tipo intelectual, llamada mānasaputra, derivada del sol. Tercero, el aparato psíquico-emocional comúnmente llamado alma humana o mónada, derivado de la cadena lunar. Y el cuarto un aparato o cuerpo psíquico-astral-vital derivado de nuestra tierra. Y sobre todo, adentro, corriendo a través de todos estos principios hay un fuego divino sin llamas de una conciencia fundamental que lo podemos generalizar llamándolo el hijo del Ilimitado, que habita la zona ilimitada de los espacios del espacio. Ésta es la escalera de la vida del hombre individual; y él debe honesta y continuamente esforzarse, sin ningún instante de descanso, en subir su conciencia a lo más alto en la escalera, de adentro y hacia afuera de su cuerpo, para que maneje con maestría su aparato psicomental lunar el cual debe conquistar y controlar; y después todavía más alto, llegar a ser uno con su esencia mānasapútrica que vive en él; y en el futuro surgir en algo mucho más vasto y noble, lo cual es la mónada divina con su campo de conciencia extendiéndose sobre el universo, al cual llamamos Galaxia o la Vía Láctea; y mucho más adelante, en eones por venir, él podrá subir más y más a lugares aún mucho más altos por siempre.
Entonces, en verdad nosotros somos nacidos de la luna, hijos del sol, descendientes de las estrellas y herederos de los espacios cósmicos; porque el espacio en sí somos nosotros y nosotros estamos en él, porque nosotros y el Ilimitado somos en esencia no dos sino que uno.
En estas breves observaciones me he esforzado en dar, por alusión y por insinuación, algunas ideas claras y definitivas del carácter y el campo de las cosas comprendidas bajo el termino esotérico de la iniciación de la Gran Renunciación. Tiene también su compensación inefablemente bella, y su fin es el corazón del universo. Pero ¿Por qué digo su “fin”? Es una manera de hablar; porque el corazón del universo es en verdad infinito e ilimitado y es las profundidades sin fronteras de lo Divino. El progreso, entonces, no tiene fin; la luz se vuelve más fuerte a medida que uno progresa en el sendero; y lo que el chela podría considerar las más nobles cumbres del Místico Este que él tiene que escalar, encuentra, cuando ha puesto su pie en esos picos distantes que hay inmensurables distancias todavía por conquistar, de una grandeza y sublimidad que aún los dioses no han alcanzado.