Expansión de Horizontes — James A. Long

El moviente dedo escribe; y, habiendo escrito,
Continúa: ni toda tu Piedad ni tu Talento
Harán que regrese a anular ni media Línea,
Ni todas tus Lágrimas borrarán de ella una Palabra.
    — Rubaiyat de Omar Khayyam

Guión del Destino

Si creemos que la ley de Orden y Armonía que prevalece en las esferas celestes se refleja en el mundo de la actividad humana, entonces debemos saber que lo que un hombre siembra en el campo de su personalidad, tal acción determina lo que cosechará, ya sea en esta vida o en algún otro plano de experiencia en el futuro. Y si consideramos nuestras vidas seriamente, desde esta perspectiva, nos damos cuenta que en toda circunstancia en que nos encontremos hoy, nosotros debemos de haberla engendrado en alguna parte del camino. Al ser así el caso, es seguro de que no hay ni un solo momento que no tenga su propósito, pues en verdad ¿no estamos en una misma escala de evolución en medio del camino entre los átomos y las estrellas, en que cada uno y todos evolucionan, se desarrollan y aprenden a poner de manifiesto su propio grado de divinidad?

Los molinos de Dios muelen despacio, pero muelen finísimamente bien. Lo que sembramos, debemos cosechar. En las obras sagradas de Oriente llaman a esto Karma, implicando con ello que a cada acción le sigue su correspondiente reacción. Es una palabra útil, ahora adoptada por el inglés, porque abarca toda la filosofía de la armonía y de la justicia, así como la compasiva provisión de la Naturaleza que permite al hombre aprender con suma minuciosidad enfrentándose a los resultados de sus pensamientos y acciones.

Así, pues, vigilemos el diario desarrollo de los acontecimientos a la luz de las sugerencias internas y externas, para que podamos percibir a través de la complejidad de la acción y reacción, del sembrar y cosechar, del dar y recibir en el plano objetivo, un hilo guía de "Ariadna." Si las obras de la Divinidad se manifiestan en todas las cosas, entonces no hay persona que encontremos ni acontecimiento que ocurra que no presente una oportunidad de progreso y una positiva guía para la conducta de nuestras vidas. La misma ley que nos quema cuando tocamos la llama, opera también en los planos morales y espirituales; y esta ley seguirá causándonos dolor y tristeza de una u otra clase hasta que no nos demos cuenta de que nuestro Yo Superior está tratando, a veces desesperadamente, de decirnos algo. Y mientras nos fijemos en lo que está pasando dentro de nuestras almas, reconoceremos que el foco o calidad de nuestro interés se está elevando gradualmente de un plano de conciencia inferior a uno superior.

Todos tenemos ideas diferentes del porqué hay sufrimiento; pero la Naturaleza no tiene manera más benéfica de prevenirnos contra nuestras limitaciones o contra los errores que hacemos al permitir enfrentarnos con los efectos precisos de nuestras acciones erróneas y egoístas, así como nos beneficiamos hasta lo último de los resultados de cada acto y pensamiento verdaderamente desinteresado. Este total proceso de ajuste da mayor fuerza a la faceta inegoísta de la Naturaleza que acciona y reacciona tan impersonalmente como lo hacen el sol y la lluvia.

El elemento inmortal interior es la fuente de nuestra más grande inspiración y fortaleza, porque lleva dentro de sí la sabiduría y el conocimiento de todo nuestro pasado, el registro indestructible de nuestros padecimientos y anhelos, esperanzas y sueños. Es el archivo de todo lo pensado y hecho, del cual emanan los efectos de causas puestos en marcha hoy, ayer y en vidas anteriores.

Así en el cósmico libro del destino no hay ángel registrador que asigne divino premio o satánico castigo. Es solamente el hombre mismo quien ha inscrito su pasado el que debe leer e interpretar su presente y, al hacerlo, forma su futuro. No debemos tener la esperanza de poder descifrar inmediatamente la completa descripción del destino de nuestras vidas; pero debemos intentar leer las indicaciones de guía a medida de que lleguen. Nuestro principal obstáculo es el de esperar que el Karma actúe rápidamente o de acuerdo con nuestros deseos, pero a medida de que entendamos más claramente nuestro propio capítulo individual, dentro de la más extensa escritura universal del destino, observaremos que las circunstancias y los sucesos que se nos presentan día a día, trabajan tan científicamente, con tanta exactitud y tan compasivamente, que todos los seres que encontramos son conducidos necesariamente hacia nosotros, y nosotros hacia ellos, para que cada uno aprenda y progrese, reciba y dé. Es un intercambio natural y bello de experiencia y, si podemos tranquilamente intuir el Karma según se desenvuelve de momento a momento, comenzaremos a reconocer los impulsos guiadores. Sin embargo, si buscamos ansiosamente indicaciones guiadoras no las encontraremos nunca. Esta es la paradoja: mientras busquemos tal o cual clase de auxilio, éste no llega nunca; pero si enfrentamos a cada día sin miedo confiando en nuestra fuerza y sabiduría congénitas, tendremos todo el amparo y auxilio que podamos utilizar.

Sin embargo, no nos engañemos con la idea ilusoria de que si nos sentamos quietamente a esperar nos vendrá el conocimiento o la inspiración verdadera. Todo desarrollo del entendimiento se alcanza mediante el cumplimiento consciente de nuestro íntegro deber en todo campo de nuestra responsabilidad. Si podemos mantener este ideal en el fondo de nuestra conciencia, instintivamente miraremos a través de los sucesos externos para penetrar en su cimiento y esencia. Cuando hacemos eso, el valor interno, el espíritu y no meramente la letra de cada experiencia se convierte en parte de nuestro carácter; de esta manera la vida asume una nueva dimensión.

Si hemos tenido muchas vidas en el pasado, seguramente tendremos repetidas moradas en la Tierra; algunas pueden ser placenteras y afortunadas de acuerdo con nuestras normas establecidas; otras serán unas verdaderas pesadillas de frustración y aflicción. El autor de nuestra vida, quien no es otro que nosotros mismos, ha diseñado las luces y las sombras de nuestra experiencia presente de tal manera que nosotros, con nuestro libre albedrío y cualquier grado de inteligencia y pureza de aspiración que podamos reunir, percibamos aquellas cualidades de nuestra personalidad que necesitan reforma y donde haya columnas firmes sobre las cuales podamos edificar. Nuestro más grande error consiste en tratar de salir de los tiempos difíciles, lo más pronto posible, olvidándonos por completo de que esos momentos infernales nos están preparando para dar a luz a algo de valor inmensurable, que de otra manera éste podría nacer muerto. ¿Cuán pocos de nosotros al llegar los momentos más felices, pensamos en compartir con nuestros semejantes los valores de oro que se hallan en el crisol del sufrimiento? Tan pronto como llegan los tiempos mejores, los gozamos ávidamente olvidando la belleza y enriquecimiento que acompañaban al dolor. Éste es el porqué las experiencias agradables pueden representar para nosotros los tiempos más peligrosos; y las difíciles, los más provechosos.

Gracias a la esencia creadora que existe en el fondo del cosmos, cada minúscula partícula de éste es bipolar. De aquí que se pueda transformar la circunstancia más negativa en una positiva, y se pueda contemplar la condición más material desde el polo espiritual de la experiencia. Logramos gran fortaleza por medio del dominio de las dificultades; hasta los menores obstáculos tienen mérito si damos la bienvenida a toda circunstancia como parte de nuestro tesoro de oportunidades. Las dificultades y tropiezos que se nos ofrecen en el curso de los deberes naturales son los resultados de la responsabilidad disciplinaria, a largo plazo, de nuestro Yo Superior, pues el desenvolvimiento del individuo y el de la humanidad entera, están cimentados en la conquista de sí mismo.

Así es que no hay nada que suceda que no lleve consigo una oportunidad de ajustar nuestras actitudes y conciencia a una visión más amplia y a una percepción más comprensiva hacia los demás. Si surge un problema, tenemos el reto de hacerle frente y resolverlo; si es una tristeza, es para probar el funcionamiento compasivo de la Ley; y si es un regocijo, es para ver cómo y en dónde pudiéramos compartir su bendición. Sin embargo, yo no creo que cada prueba o dificultad sea el resultado de equivocaciones. Claro es que el yerro y la flaqueza traen sufrimientos en su despertar, pues obviamente ese es el modo más seguro de la Naturaleza al enseñar. Pero hay un Karma superior que puede atraernos magnéticamente hacia los valles del dolor para sacarnos de nuestros viejos y cómodos surcos y dirigirnos a nuevas sendas de pensamiento.

Tocamos aquí el aspecto interno del desarrollo del destino de nuestras vidas: cuando cualquier individuo se esfuerza sinceramente en expandir su conciencia para hacerse un servidor impersonal de su voluntad espiritual, empieza a activar el elemento Cristo dentro de sí. Cuando eso ocurre, su conciencia brilla un poco más, y su Yo Superior o Ángel Guardián al reconocer la intensidad de la llamada, no se atreve a ignorarla. Entonces la Naturaleza le suministra lo que necesita para poner a prueba la fuerza y fidelidad de su aspiración. La Ley funciona a pesar de la fortaleza o la debilidad tuya o de la mía, y lo que el hombre es será visto en las más recónditas profundidades de su alma. Ni reglas ni regulaciones fijas, ni Biblias ni Vedas ni ninguna escritura sagrada le ayudarán en tales momentos. Él puede saber todas las facetas técnicas de la estructura de átomos y galaxias, todo acerca de los muchos principios de la constitución humana; pero a menos de que no haya cumplido los requisitos de su deber en cada aspecto de su naturaleza, no podrá abrir la puerta de la sabiduría. Este sendero de desenvolvimiento puede parecernos solitario, pero es un sendero de gozo. Una vez que pongamos los elevados principios del pensamiento recto en cada una de nuestras acciones, sabremos que la Divinidad que anima tanto al átomo como a la estrella, también abarca al hombre.

Una absoluta confianza en la Ley pone a funcionar una fuerza interior que sigue la dirección de menor resistencia y que circula a través del cuerpo de la humanidad. Pues la pureza de la devoción y la lealtad de cada uno funcionará sin hacer caso al tiempo o lugar para hacer el justo bien del que ni tú ni yo podemos tener idea ni pronosticar ni dirigir. No necesitamos saber cómo funciona; pues si la Naturaleza se está esforzando en permitir que la Divinidad se refleje, en todas las partes del cosmos, podemos estar seguros de que por dondequiera que latan corazones comprensivos, allí el Bien y la buena voluntad vendrán y disminuirán el peso de la perversidad y del Mal en el mundo.

El dedo moviente escribe. Si tratáramos de leer el destino de nuestras vidas en este plano de pensamiento, podríamos encontrarnos, sin ser conscientes de ello, convertidos en agentes naturales de amparo para nuestros semejantes en el esquema de la divina tutela que está construída alrededor de la humanidad.



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