Para Iluminar Mil Lámparas: Una visión teosófica — Grace F. Knoche

Capítulo 8

Karma y/o Gracia

El dogma de que un salvador "murió por nuestros pecados" ha sido muy mal entendido, porque existe una belleza enorme en la doctrina de la encarnación de una divinidad en forma humana: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito" (Juan 3:16) Esta es la forma cristiana de decir que los dioses tuvieron piedad del género humano cuando enviaron un rayo de ellos mismos dentro del alma de un ser humano noble, para que en que su obra entre los hombres él pudiera manifestar la luz divina de una forma más poderosa – no que él pudiera salvarnos de nuestros pecados o lavarnos el karma de nuestras transgresiones cometidas en contra de nosotros mismos y de los demás. Somos responsables por lo que hayamos hecho. De lo que pensamos, o lo tenemos que expiar, o recibimos beneficio de ello. No existe absolución, excepto por nosotros mismos. La declaración de Pablo sobre la ley de causa y efecto, destino o karma que se aplica universalmente, es alentadoramente directa al grano:

Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos . . . — Gálatas 5:25, 6:7-10 (Biblia Versión Reina-Valera)

En forma breve, cada momento de cada día estamos poniendo en movimiento causas nuevas y segando efectos de acciones pasadas. Es la calidad de nuestro motivo lo que ha moldeado a nuestro carácter y a nuestro futuro, y continuará haciéndolo. Porque somos una sola humanidad y ella no está dividida, estamos influyendo el destino, no solamente de esos con quienes nos asociamos, sino también el de millares de otros seres sensibles a nuestra vibración. Si somos motivados altruistamente, estaremos sembrando en los dominios del espíritu; si somos egoístas, nuestra siembra estará en el campo de nuestro yo personal. Segamos lo que sembramos, porque la naturaleza reacciona impersonalmente sin ninguna referencia en cuanto a agradar al sembrador, o desagradarlo. La cosecha se ajustará a la siembra porque todo ser humano es su propio segador y registrador, imprimiendo lo que él es en las células de la memoria de su carácter y, en realidad, en cada nivel de su ser.

¿Cómo concuerda esto con la idea de la gracia? De acuerdo a como se usa en el Nuevo Testamento, gracia significa casi exclusivamente el método de Dios de otorgar perdón por los pecados mediante Jesucristo como intermediario. "El que creyere . . . será salvo" (Marcos 16:16) Lo que un individuo pueda haber sido, o haber hecho, al aceptar a Cristo como su Salvador, le asegura exención de culpa y la bendición de la gracia de Dios. Leído literalmente, como lo hace la mayoría de los cristianos ortodoxos, eso no es razonable: ¿Qué clase de justicia sería esa si un réprobo puede, simplemente por aceptar a Jesús como el único hijo de Dios, tener su registro solventado y su carácter depurado de iniquidad? ¿Es que no existe requisito de expiación por la maldad? ¿Y qué del daño hecho a otros mediante los actos brutales y desconsiderados de alguien? Desde el punto de vista humano, sin tomar en cuenta la justicia divina, es inconcebible aprobar la remisión de pecados mediante el perdón de Dios, y esto, por añadidura, aplicable sólo a los creyentes; ello se opone a todo lo que la humanidad juzga ético y justo. Como quiera que sea, interpretado dentro del contexto del mandato de Jesús, "Vete, y no peques más", el versículo de Marcos se vuelve profundamente trascendente, y mucho más cuando se asocia con la declaración de Jesús a Nicodemo de que " el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios."

el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. — Juan 3:3, 5-7 (Biblia Versión Reina-Valera)

La historia de Saulo de Tarso es un ejemplo en ese aspecto. Educado en las tradiciones de su pueblo, él declaraba que el peso de culpabilidad por pecados pasados se volvía intolerable, tanto que no pudo identificarse con su Dios. Como hebreo, él sabía que debía obtener la aprobación de Dios mediante rectitud moral y el cumplimiento de Sus mandamientos. Tan turbado estaba, que desahogó su ira y desesperación en quienes seguían a ese desconocido, a Jesús. Entonces, un día que estaba en camino a Damasco, repentinamente una luz lo envolvió, la cual brillaba con tal intensidad que Saulo quedó ciego, y él oyó al Señor llamándolo. Después de tres días, él fue "una criatura nueva", recobró su vista, su pasado quedó eliminado, incluyendo su nombre. ¿El anhelo fervoroso de Saulo para encontrarle sentido a su vida le abrió momentáneamente el alma a su propia luz interna?

Entonces, ya como Pablo, él ingresó a su nueva vida cargado con un vigor extraordinario, exhortando a todo aquel a quien le hablase o escribiese, a seguir el sendero del espíritu, en lugar del de la carne: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2ª Corintios 5:17) Cuando existe verdadera conversión, donde hay un "cambio" de los medios obstruccionistas del pasado y una verdadera inmersión total del alma en la vida espiritual, entonces la persona se convierte en un "renacido" – no porque su karma pasado es eliminado, sino porque la persona es renovada interiormente, la persona "ha nacido del Espíritu." En lo sucesivo, esa persona enfoca su vida con una visión nueva y una voluntad fortalecida.

Es una verdad preciosa conocida desde antaño, de que por cada movimiento completamente sincero hecho en la dirección de la divinidad interna de uno mismo, esa divinidad reacciona en la misma forma, y un resplandor brilla sobre el corazón y la mente del aspirante. Sin ninguna duda, los esfuerzos continuos para renovar la vida mediante aspiración seria y disciplinando la voluntad hacia los objetivos altruistas, permite que se dé una "purificación" y para que se escuche la voz de la intuición. No importa si esa sea la voz del Señor, o de otra deidad, o la de nuestro dios interno, eso no es el caso. "Vete, y no peques más" tiene muchas aplicaciones, pero la aflicción vendrá para el individuo que no trate de cumplir con la obligación asumida: el mérito de la gracia de la aprobación divina

Es sumamente importante tomar en cuenta que, un acto de gracia, cualquiera que sea su fuente, y no tomándole importancia a cómo se experimente, por ningún medio implica anulación de la ley del karma, o de que las locuras y errores de tiempos pasados serán eliminados de nuestro Libro individual del Destino. No importa lo que hayamos hecho antes, u omitido de hacer, nuestra transformación debe ser resuelta, en esta vida o en las futuras – y ello debe llevarse a cabo satisfactoriamente, porque la aflicción es una oportunidad bien recibida para limpiar las cuentas, y para aplicarse con vigor a acabar con las injusticias pasadas. Igualmente trascendente es que, todo lo que hemos aspirado hacer y ser, todos los anhelos silenciosos y no reconocidos por volvernos luz en las tinieblas de nuestro medioambiente, todo ello es ingresado con exactitud dentro de los registros imperecederos de la eternidad, para que retornen en el tiempo preciso como bendiciones, como un regalo de gracia para con nosotros mismos y para los demás, fluyendo progresivamente en estricta armonía con la ley kármica.

Podemos considerar el dogma de Jesús, "de morir por nuestros pecados", desde otra perspectiva. Al hecho de que grandes maestros sean enviados en ciclos periódicos a trabajar entre esta o esa otra gente, indica que ellos vienen con un propósito sagrado: a estimular aspiración en las almas de aquellos que toman en cuenta el llamado. La aparición del resplandor divino en tal encarnación señala el descenso de una energía divina sobre la tierra, la que coincide con el renaciente llamado desde los corazones humanos. La intersección de los ciclos divinos y humanos, de esa forma, tiene propósito doble. A medida que el espíritu-alma de los vasos escogidos se funden con la divinidad, ocurre una explosión de una potencia tremenda, de tal forma que el relámpago de los dioses irrumpe sobre la humanidad para darle energía a nuestro mundo del pensamiento con magnetismo espiritual-divino. Ha sucedido en el pasado; y sucederá nuevamente cuando lo motivemos.

Existe un enlace de karmas a lo largo de todo el camino, una conexión entre los mundos de los dioses y los nuestros. La tradición sostiene que seres divinos, o avatares, vienen a la tierra, lo cual es algo así como venir a experimentar el infierno; y como resultado, "mueren" para sus propios dominios superiores; y al hacer eso, experimentan una iniciación – lo cual es un concepto majestuoso. Por nacer deliberadamente entre habitantes de la tierra, una parte de ellos muere – ocurre una "muerte por nuestros pecados", literal y metafóricamente. Ellos dejan sus huellas como un torrente de luz y compasión en medio de los destinos humanos. En virtud de despojarse, aquí en la tierra, de una porción de sus energías divinas, en cierto sentido místico, ellos toman parte del karma de la humanidad. Es a nosotros a quienes les corresponde el liberarnos por nosotros mismos, y todo aquel que se torna hacia la luz interna y es tocado de esa manera – aunque sea muy levemente – a ese nivel vincula su karma con el de los Grandiosos.

Por tanto, si somos responsables de "salvarnos" por nosotros mismos, Dios no predestina a los seres humanos a una vida de paraíso eterno, o de condena perpetua. Pero eso no podemos dejarlo así, porque existe una pizca de fe en el concepto de predestinación, que consiste en que

nosotros nos hemos predestinado desde el pasado para ser lo que actualmente ahora somos. Esto implica que ciertas líneas kármicas de sucesos y del carácter están previamente decretadas – no por algún dios o por un ser externo fuera de nosotros, sino por nosotros mismos. Tal y como Shakespeare lo dice: "Existe una divinidad que moldea nuestros propósitos, no importa como nos eduquemos."* Esa divinidad es nuestro propio ser más íntimo; somos los únicos que moldeamos nuestro destino con nuestro libre albedrío. La forma en cómo enfrentamos los sucesos y las circunstancias de la vida y las relaciones para con nuestros prójimos, está en nuestras manos en cada momento. En ese proceso, moldeamos y refinamos nuestro carácter y el futuro de nuestro destino. Nada puede ocurrir fuera de la ley del karma; y como cada uno de nosotros es nuestro karma, nosotros somos el fruto, el resultado, la expresión de todo el total de nuestro pasado. Cada uno de nosotros, por lo tanto, es el registrador de nuestro propio destino kármico.

*Hamlet, Act V, scene ii.

La Pasión de Cristo representa una profunda experiencia sagrada a la que se somete voluntariamente todo salvador, la cual, como un acto de compasión pura, significa que el ideal de la conquista espiritual debe ser incluida firmemente dentro de la conciencia del hombre. La narración de los Evangelios es la historia de un alma humana, y Jesús representa la culminación divina de lo que toda persona en la tierra, como propósito, debe llevar a cabo – la producción del nacimiento del sol de Cristo dentro de su propio corazón. Esto no implica una promesa de victoria sin mérito; cada uno debe alcanzar dominio sobre sí mismo mediante su propio esfuerzo individual. Aunque pueda que seamos espíritus en cadenas, no por eso dejaremos de ser espíritus, y no precisamente cadenas; y no existe poder sobre la tierra, o en el cielo, capaz de aprisionar para siempre al espíritu humano. Mientras la historia registra la tragedia del fracaso humano, una historia superior da fe del invencible espíritu humano, porque la pasión y triunfo de Cristo define el sendero hacia ese sol que todo ser humano, finalmente, debe escoger.



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