En The Voice of the Silence, H. P. Blavatsky resume la trayectoria de la compasión de la siguiente manera:
Vivir para beneficiar a la humanidad es el primer paso. Practicar las seis virtudes gloriosas es el segundo paso. — p. 33
Las seis virtudes gloriosas son las paramitas que el neófito necesita dominar a medida que él recorre el sendero que dirige hacia la experiencia iniciadora más alta. De acuerdo a la terminología Mahayana Budista, HPB presenta esas "virtudes transcendentales," o "perfecciones," en su Voice como las "claves de oro" que abren los portales de la maestría. Los textos budistas de las Escuelas del Norte y del Sur, las enumeran variablemente en números y órdenes, y a veces, como una selección diferente de "virtudes." Los términos escogidos para esta o esa "virtud," sus números, o como estén organizadas, es algo de menor importancia; lo que sí cuenta es la fidelidad al esfuerzo para trascender las limitaciones del ser inferior.
¿Cuáles son esas paramitas? De las siete listadas en Voice, la primera es dana, "dar," interesarse por los demás, ser altruista en pensamiento, palabra y obra. La segunda es sila, "ética," la alta moralidad que se espera del discípulo serio; la tercera, kshanti, "paciencia," dominio sobre sí mismo, tolerancia, es la percepción bondadosa de que las faltas de los demás no son peores, y quizá, menos severas que las nuestras.
En cuanto a la cuarta paramita, viraga, "libre de pasión," desapego de los efectos sobre nosotros en los altibajos de la vida, ¡Cuán difícil encontramos esto! Sin embargo, si en nuestro más profundo ser abrigamos el ideal bodhisattva, el cultivo de viraga por ningún medio perdona la indiferencia a las crisis de los demás. Al contrario, demanda el uso sabio de la compasión. Es interesante que, para nuestro conocimiento, esta paramita no esté incluida en las listas sánscritas o Pali usuales. Que Voice incluya a viraga tiene significado, porque la cuarta posición es central, está ubicada a medio camino en la serie de siete. Aquí se nos recuerda de las siete etapas del ciclo iniciador, de las cuales las primeras tres son preparatorias, y consisten principalmente de instrucción y disciplina interior.* En la cuarta iniciación, el neófito debe convertirse en eso que ha estado instruyéndose, es decir, él debe identificarse con sus propios reinos internos, como con los de la naturaleza. Si tiene éxito, él puede intentar los tres grados inmediatos superiores, los cuales conducen al sufrimiento cuando el dios interno toma posesión de la naturaleza humana del discípulo.
*Cf. The Mystery Schools, pp. 41-58.
Volverse de mente imparcial en toda circunstancia, en gozo o en dolor, éxito o fracaso, es haber obtenido la paz de un muni, "un sabio"; que si se considera que todo lo que nace acarrea por dentro la simiente de su ocaso, significa que se es capaz de identificar completamente a ese prodigio permanentemente presente, a ese espíritu imperecedero, como tan elocuentemente se canta en el Bhagavad-Gita, el cual es inmortal, imperturbable por el par de opuestos. Alcanzar la estatura de un sabio podría parecer bastante lejano para nosotros; pero como quiera que sea, cuando hacemos de viraga una práctica imparcial y razonable, ello nos proporciona liberación de la carga de tensión que innecesariamente nos autoimponemos — y que también, desafortunadamente, descargamos sobre los demás.
La quinta paramita es virya, "vigor," valentía, resolución; la voluntad y la energía para mantenerse firme por todo lo que es auténtico, y tan vigorosamente opuesto a todo lo que es falso. Alguien experto en virya es incansable en pensamiento y obra. Con la sexta, dhyana, "meditación, contemplación profunda, vaciarse por sí mismo de todo lo que es inferior a lo supremo, viene un despertar natural de los poderes latentes, para culminar finalmente en unidad con la esencia del Ser.
Finalmente, la séptima, prajna, "iluminación, sabiduría" — "la clave que convierte en dios a un hombre, creándolo un bodhisattva, hijo de Dhyanis." Nos habremos convertido en "dios desde lo mortal," como el candidato órfico describe este momento sagrado de la séptima iniciación, cuando la trascendencia y la inmanencia se vuelven unidad.
La maestría plena de las paramitas, no importa cómo se les enumere, es de forma natural un proceso a largo plazo, pero el buscar diligentemente la práctica de ellas tiene el mérito de rendir utilidades más inmediatas, sin el riesgo de provocarle un cortocircuito a la psique. La decisión cierta de empezar tiene un efecto transformador sobre nuestras posiciones de ánimo y nuestras perspectivas, como también sobre nuestras relaciones con los demás Si pudiésemos evaluar a nuestro ser común desde la posición ventajosa de nuestro ser más juicioso, nos daríamos cuenta de que un despertar sutil e interno está ininterrumpidamente en proceso; demasiado sutil para que podamos expresarlo en forma vívida, pero su efecto es de carácter acumulativo para nuestro karma, el presente y el futuro. No necesitamos ser espiritualmente "avanzados" para que conscientemente hagamos las preferencias diarias que distinguen el sendero bodhisattva del sendero pratyeka. A medida que tratemos de vivir fielmente esas paramitas, no solamente nos acercaremos más a la realización de la fraternidad universal que tanto esperamos, sino que estaremos siguiendo el sendero de los Grandes Compasivos.
Junto al cultivo diario de las paramitas, las plántulas del altruismo deben regarse mediante lluvias de compasión, a pesar de que las obstrucciones kármicas en la naturaleza tienden a la inercia. Tsong-kha-pa, el sabio del Tibet, sostuvo que la práctica reverente de la compasión es "la causa más excelente de la fraternidad budista, y acarrea la esencia de proteger a fondo a todos los seres vulnerables y sensibles en la prisión de la existencia cíclica."* Esto es amrita-yana, o "el sendero inmortal" en su más pura interpretación. Cuando finalmente un discípulo nace dentro del "linaje de los Tathagatas," él experimenta un gozo incomparable — como también una pena inconmensurable, debido a la estupidez de una porción tan grande de la humanidad.
*Compasssion in Tibetan Buddhism, p. 101.
El presente está cargado con el karma de siembras pasadas por parte nuestra, pero no deberíamos descontar las siembras de bienestar creativo que hemos estado nutriendo a través de muchas vidas. Si lo último parece que toma mucho tiempo en madurar, recordemos que el Príncipe Siddhartha no se convirtió en Buda de una manera instantánea: tan lejos en el pasado como "hace cuatro inmensidades," él prometió convertirse en bodhisattva en consideración a la humanidad afligida. Por los esfuerzos de vidas consecutivas, y sólo después de eso, él cuidó de la planta de compasión hasta que finalmente ella vino a la "madurez total" en su último nacimiento en Kapilavastu, India.
Regresemos hacia un largo, largo tiempo ya pasado — hasta el "momento" en la eternidad cuando Gautama sintió la primera agitación de amor por toda la humanidad y tuvo visiones de lo que podría y debía ser, no solamente para sí mismo, sino para todos los seres vivientes. En ese entonces es que la simiente de la condición de bodhisattva empezó a avivarse dentro de la vida y, rompiendo la vaina, colocó una diminuta raicita dentro del suelo virgen de su consciencia naciente. Él tomó una resolución seria para volverse perfecto en sabiduría y magnánimo de corazón. Proyectando su visión profundamente dentro del futuro, él desea construir una balsa de dharma que pueda llevar a innumerables millones sobre el océano de ilusión y dolor hasta la orilla de la libertad y la luz.
Entonces, el Buda de la historia de hace mucho tiempo, era una persona común que aspiraba, claro, al igual que nosotros, con sus debilidades de carácter y sus obstáculos kármicos de vidas anteriores todavía no resueltos. Podemos asumir que tropezaba de cuando en vez, y tuvo que recuperar terreno perdido, y que también sus compañeros, en cualquiera de sus vidas, puedan haber recibido intrusiones kármicas mixtas, tanto de sus errores de criterio, como también de sus victorias sobre su ser inferior. No es costumbre normal avanzar en contra de la tendencia general, pero como su motivo fue altruista, su resolución sirvió como una influencia estabilizadora — vida tras vida, su ideal bodhisattva fue su inspiración y su guía. Sin duda alguna, su triunfo final y su renunciación habrán bendecido en forma triple a todos aquellos cuyos karmas tuvieron que ver con él durante su larga gestación en su transformación de hombre en Buda.
Toda chispa de vida es un bodhisattva, un cristos, un dios en proceso de formación. Hui-neng, de China, el humilde servidor del templo, entendió esto, y cuando su ojo interno despertó y se convirtió en maestro budista Ch'an, escribió lo siguiente:
Cuando no están iluminados, los budas no son más que otros seres comunes y corrientes; pero cuando existe iluminación, esos seres comunes y corrientes, enseguida se convierten en budas.*
*Compare The Sutra of Hui-neng, tr. Thomas Cleary, p. 20.
La misma posibilidad nos pertenece: A pesar del egoísmo y de las características ingobernables que echan a perder a nuestra naturaleza, empecemos ahora mismo a sembrar las simientes de amor y de bondad. La iluminación completa pueda que tome edades tras edades en el futuro; pero también tomemos en cuenta que, si en el momento final del destino debemos hacer la elección suprema, ella habría estado potencialmente a lo largo de todo el sendero. En cada instante de nuestras vidas estamos construyendo nuestro carácter; ya sea el egocentrista, que al final nos dirige hacia la fraternidad pratyeka; o el de generosidad de espíritu que nos impulsa a tomar el primer paso en el sendero bodhisattva. Ambos senderos están en la región de la luz de la naturaleza; sin embargo, existe una distinción clara: tal y como se registra en las escrituras budistas, protyeka es comparado a "la luz de la luna," en contraste a Tathagata, quien se asemeja al disco multirradiante del sol de otoño.*
*Buddhaghosa, citado en World of the Buddha, p. 160.
Todo ser viviente es el fruto de ese fluir hacia el exterior, sin principio ni final, de la simiente divina, porque dentro de la esencia de esa simiente está la promesa de lo que ella será: una potencia inmensa, inerte hasta el momento místico en que la fuerza de vida irrumpe repentinamente y produce flores y frutos. Una vez que la simiente es sembrada en un medioambiente adecuado, los elementos naturales — tierra, agua, aire y fuego — protegen y estimulan su crecimiento. Igual es con nosotros: ayudados por los equivalentes invisibles de esos elementos, los pensamientos en forma de simientes que sembramos cada día y cada noche, dejan sus impresiones sobre las energías sutiles que fluyen a través de nuestro planeta. Formamos una sola humanidad, compartimos con los demás lo que somos, pero muchas veces actuamos separadamente, y así es cómo podemos advertir nuestra nobleza y nuestra vileza. ¡Cuánta es la responsabilidad nuestra, y qué magnífica oportunidad! Así como somos sensibles a los estratos inferiores de las fuerzas de pensamiento cuando estamos deprimidos, así también podemos vibrar con las regiones superiores del aura de la tierra y acaso, si permanecemos silenciosos, oír los susurros sutiles que inspiran a las acciones prodigiosas y nobles.
Hoy en día, en sus dedicadas labores para aliviar el sufrimiento de millones, muchos están manifestando una calidad de misericordia que puede haber sido excitada por una señal de amistad y entendimiento de parte de algún prospecto de bodhisattva de vidas pasadas. Talvez también nosotros hemos sido igualmente conmovidos. El pensamiento se humilla profundamente y vuelve a alguien todo lo más resuelto para seguir el ejemplo de los Grandes Iluminados, quienes son infinitamente pacientes y perceptivos. Es natural que un Buda de Compasión regrese a enseñar. Él es impulsado a hacerlo de esa manera por el karma de todos aquellos cuyos destinos se han cruzado con el de él en ciclos anteriores; aun más, él es impulsado por un amor que todo lo abraza, y por consiguiente, que envuelve la suma total de los reinos de la naturaleza. Un amor que fortalece a los nuevos aspirantes y a aquellos que, posiblemente en una vida futura, puedan experimentar las indicaciones de interés por el bienestar de los demás.
La Confesión Budista de Fe expresa, en pocas palabras, la esencia de la filosofía y práctica budista:
Buddham saranam gacchami
Dharmam saranam gacchami
Sangham saranam gacchami
Voy a Buda por refugio
Voy a Dharma por refugio
Voy a la congregación (devotos, discípulos) por refugio
Fijamos nuestra confianza en Buda como la personificación del "Sacrificio Grandioso," el iniciador y protector supremo de la humanidad, quien hace posible que avataras y bodhisattvas periódicamente iluminen las esferas de la consciencia humana.
Ponemos nuestra confianza en dharma, en las verdades fundamentales que nos iluminan sobre la naturaleza universal y el alma, que se identifican con lo cual nosotros podemos ver momentáneamente nuestro propósito cósmico.
Emplazamos nuestra confianza en sangha, la fraternidad, o la sociedad de buscadores, una asociación que incluye a la totalidad de la onda de vida humana.
Al fijar recíprocamente la confianza y lealtad como hermanos aspirantes, compartimos un compañerismo que nos une magnéticamente con el corazón espiritual de nuestro planeta, la Fraternidad de los Adeptos. En tanto que le otorguemos lealtad a sus propósitos, somos compañeros en esta fraternidad universal que se dedica a levantar — tanto como el karma del mundo lo permita — el peso de pena y miseria e ignorancia, lo que constituye el azote de la humanidad. Si suficientes hombres y mujeres no solamente creyeran, sino también siguieran sus intuiciones y conscientemente dirigieran sus destinos con la causa de la compasión, habría toda razón para tener confianza en que nuestra civilización, algún día, daría el salto desde el egocentrismo hacia la fraternidad genuina en cada fase de la iniciativa humana.
El ideal más noble y más bello es avivar en los corazones humanos ambiciosos el voto antiguo de encender sus lámparas a partir de la llama de la compasión, y si alguien resueltamente retiene ese ideal, con toda seguridad le dará estímulo e intensidad a la aspiración.