Todo pueblo ha acarreado la responsabilidad sagrada de la Divinidad en lo más profundo de su esencia. Es muy extraño que con tan maravilloso patrimonio siempre nos consideremos "viudos de la presencia de los dioses," como si el vínculo con nuestra fuente divina se hubiera raído, como si se hubiese perdido el seguro de ese vínculo. No somos la primera civilización que se siente perdida y desconcertada, ni seremos la última, pero esto no significa que no hay remedio. El auxilio siempre ha estado al alcance de nuestras manos: unir a todo nuestro ser con las energías constructoras del universo y negarnos, al no presentar batalla - y esto último, ciertamente, nunca en forma intencional — a que se fortalezcan esas fuerzas destructoras que siempre están alertas a atacar al alma indecisa. Sin embargo, debemos perseverar, porque una vez que hayamos tomado la decisión, todas las "maldades" de la infraestructura de nuestra naturaleza aparentemente estarán desatadas para poner a prueba la integridad de nuestra resolución. La mayor eficacia y diligencia con que hagamos las cosas, lo más sutil y persistente que será nuestra resistencia — no promovida por otros, sino por nuestro ser superior.
No existe nada misterioso en esto. Probablemente cada uno de nosotros ha tenido la experiencia de que cuando determinamos modificar nuestras formas habituales de pensar, toda la gente, todo lo que está alrededor de nosotros, parece conspirar en contra nuestra. Esto es inevitable, porque la intensidad de la aspiración desafía a los dioses, los cuales son celosos de nosotros los humanos, los que nos aventuramos en una forma no preparada dentro de sus dominios. Solamente aquellos que se han convertido en casi divinos pueden entrar. Y porque en un sentido profundo los dioses somos nosotros mismos, la respuesta a nuestras demandas inoportunas podría dar lugar a una liberación de un torrente de nuestro karma no satisfecho en vidas anteriores. Esto podría ser demoledor para el ego personal, pero no para la parte de nosotros que conoce muy profundamente lo que hemos anhelado: que se nos ponga a prueba nuestro aguante hasta su límite.
William Q. Judge usa la frase secreta: "tolerancia kármica" en conexión con los aspirantes que podrían encontrarse momentáneamente en "un torbellino psíquico, o en un vórtice de ocultismo" dentro del cual otros también podrían ser arrastrados, y en donde los "gérmenes de lo bueno y lo malo maduran con sus actividades."* El resultado dependerá no solamente sobre la fidelidad de voluntad y altruismo de nuestros motivos, sino también sobre nuestra reserva de resistencia moral y espiritual, en nuestro soporte estructural ya incorporado. El vocablo soporte — equivalente del latín para "sesgo, hebra, fibra" — encaja muy bien aquí, porque el sesgo a lo largo de los hilos en una tela, normalmente es de trenzas más robustas que en la trama, a medida que forma el soporte sobre el cual los hilos transversales se tejen. Los encuentros diarios, las interacciones con los demás y las intrusiones de los sucesos sobre nosotros, constituyen karma: el sesgo representa el desborde de experiencias anteriores, mientras que nuestras reacciones, las cuales se dan mediante nuestra elección, son las tramas acarreadas por la lanzadera del alma a medida que tejemos nuestro presente y nuestro futuro sobre la urdimbre del pasado.
*Letters That Have Helped Me 1:20-1.
Pero no todo es penas y adversidades. Nuestro dios interno podría ser un amo severo, pero es infinitamente justo y, por lo tanto, infinitamente misericordioso. Efectivamente, la potencia de la aspiración hace germinar cualquier semilla de discordia que hayamos sembrado, pero igualmente hace apresurarse a las semillas de nobleza en el carácter para que seamos sustentados y estimulados internamente. Ciertamente esto podría irradiar un torrente de luz sobre nuestro sendero. Tal resolución encuentra resonancia en nuestro ser más interno, y a medida que tomemos vida tras vida, nos guía una y otra vez, para aceptar le responsabilidad de nuevo. Cada día, cada año, cada vida, nos infundimos de la antigua resolución con un nuevo vigor. Katherine Tingley habla elocuentemente de esto en su Theosophy: The Path of the Mystic:
Una promesa solemne es una acción que se levanta como una estrella, más arriba del nivel de las acciones de la vida. Es un testigo de que el hombre externo, en ese momento, ha llevado a cabo su unión con el hombre interno, y el propósito de su existencia, . . .
En ese momento, el sendero radiante de luz se ve con el ojo de la visión pura, el discípulo renace, la vida vieja queda atrás, él entra a un camino nuevo. Por un momento, él siente el toque maestro de una mano guía, siempre extendida hacia él desde su cámara interna. Por un momento, su oído capta las armonías del alma.
Todo esto y más constituye la experiencia de quienes hacen este voto de todo corazón, y a medida que continuadamente lo renuevan, y constantemente reiteran sus esfuerzos, las armonías regresan una y otra vez, y el sendero claro es otra vez contemplado.
. . . Cada esfuerzo labra la trayectoria del próximo por venir, y en un tiempo no muy prolongado, en un momento único de silencio se producirá, para la ayuda de ese discípulo, la fortaleza de su alma. — p. 53-4
Ese voto es el toque en la puerta de nuestro ser superior. Si la llamada es genuina, la iluminación y la intensidad con que se vierte dentro de nosotros puede convertirse en una influencia transformadora que podría ayudarnos a intuir el intento del ser superior para con nuestro ser común. Cuando los motivos para servirle a la humanidad son fortalecidos por la voluntad, nuestra vida es acogida por nuestro ser superior, y nos damos cuenta que estamos siendo conducidos dentro de situaciones que nos ponen a prueba hasta el fondo, para que podamos demostrar nuestros méritos y la profundidad de nuestra aspiración — no para nuestro propio provecho, sino para que podamos brindarle luz e inspiración a los demás.
El ser superior es nuestro verdadero maestro, nuestro buda interno. Esta es una verdad consagrada: emplaza responsabilidad para el crecimiento, para el progreso interno, directamente sobre nuestro propio ser. No tenemos a alguien más sino a nuestro propio ser a quien echarle la culpa por nuestras torpezas, a nadie más sobre quien descargar nuestras responsabilidades. Somos nuestro propio despertador para mantenernos alerta, nuestro propio salvador, porque somos los pasos que debemos seguir, y la verdad que tan largamente buscamos. Sin embargo, unos pocos de nosotros se sienten con fuerzas para cumplir las demandas de nuestro dharma, o lo suficientemente disciplinados para experimentar con ecuanimidad el impacto del karma de a diario. Confianza es la clave: confiar en el karma es confiar en que tenemos los recursos internos para manejar lo que se nos pueda venir encima. Después de hacer la elección para vivir conscientemente, podría no existir vuelta de regreso. Como quiera que sea, lo único que se nos pide es que caminemos paso a paso; esto constituye nuestra protección, porque por hacerle frente a los desafíos de la vida, uno a uno, consolidamos fortaleza y suficiente sabiduría para la necesidad de cada día.
Si llegásemos a comprender la realidad de que somos el sendero delante de nosotros mismos, ya nunca más volveríamos a saber de esa dolorosa soledad de la desesperación, porque habríamos hecho el contacto, aunque sea solo momentáneamente, con nuestra fuente de luz. Si los períodos de desaliento volvieran, no podrían arraigarse nuevamente, porque una parte nuestra, habiendo logrado formar compañerismo con nuestro ser superior, permanecerían en buena relación con la fraternidad más amplia del espíritu que alcanza todo aspirante en el sendero. A medida que le permitamos a nuestra naturaleza de buda el iluminar a nuestro ser común, la luz de Tathagata, el sol de Cristo, irradiará a nuestro ser y al sendero que tendremos por delante. Debido a que somos una sola humanidad, el sendero iluminado de un individuo irradia al sendero de todos los demás para que se vuelvan mucho más claros.
Es una verdad evidente de que nadie puede vivir siempre en las cumbres. Estamos obligados a regresar a los valles de la experiencia diaria en donde todavía tenemos lecciones por aprender. Pero el panorama que se ve desde arriba, aunque podría ser efímero, constituye nuestra vara y báculo. Se necesita valor concederle a nuestro ser superior el que nos guíe dentro de esas circunstancias que traerá a cumplimiento viejas causas kármicas cuyos efectos sobre nosotros y sobre los demás, deben ser enfrentados. Como quiera que sea, una vez satisfechas, esas causas quedarán eliminadas. Si a veces todo parece malentendido, y cada esfuerzo que hacemos tiene su respuesta opuesta, esto es de esperarse.
La selección que hicimos de buscar el camino compasivo es, por su propia naturaleza y objetivo, un esfuerzo cuesta arriba. No es algo sencillo nadar contra la corriente; demanda valentía persistir año tras año a lo largo de una trayectoria que, aunque sepamos que es el verdadero sendero, a veces podría parecer completamente lo contrario a nuestro ser personal. Sin embargo, cuando meditamos sobre ello, somos animados y fortalecidos por una afirmación interna de que no podríamos esperar por una oportunidad tan magnifica. Que el karma nos permita ayudar en la categoría compasiva del universo, aunque sea en un grado ínfimo, significa conseguir un beneficio que el alma, durante muchas vidas, silenciosamente ha añorado.
Anteriormente nos enteramos que toda aspiración debe ser sustentada por el autodominio. En nuestros días, la gente está extendiendo sus almas, anhelando levantar, arriba de lo normal, sus pequeñas identidades y vislumbrar una visión de lo que está más allá e interiormente. Sin embargo, muchos de nosotros estamos tan llenos con nuestras propias ideas de lo que la vida pueda ser, que muchas veces actuamos como el estudiante que llegó ante el monje Zen en búsqueda de conocimiento. "Enséñame, Roshi, lo que significa Zen." El maestro Zen lo invitó a un té. Él empezó a verter té dentro de la taza, y vertió, y vertió, y vertió hasta que el estudiante no pudo contenerse más y casi gritó: "Pero si la taza ya está llena. ¿No lo puede ver?" El Roshi suavemente le dijo: "Así es tu mente. Estás tan lleno de tus propias ideas y opiniones que ya no tienes espacio para ninguna otra gota de sabiduría. Vacíate, vacía tu mente de todas tus preconcepciones, vacía tu corazón y tu alma de todos los pensamientos y sentimientos impropios, y serás lleno hasta que sobreabunde."
Todos sabemos lo que es indigno de nosotros mismos. Esforzarse por suavizar las propensiones aun no disciplinadas de nuestro carácter, es una forma de purgación, una purificación por la cual debemos atravesar cada día. Esto es lo que quiere decir Pablo cuando le dijo a los corintios: "Cada día muero" — él buscó día a día "renacer" interiormente. A esto se le llama "iniciación diaria," de la cual W. Q. Judge habló — la vida misma, con sus múltiples gozos y tristezas. Ambas tienen sus tentaciones y sus pruebas, la buena fortuna que a veces se conoce como más difícil de manejar que las frustraciones y desilusiones de cada día. La demanda constante sobre nosotros para seleccionar entre lo grandioso y lo inferior, lo desinteresado y lo egocéntrico, nos enfrenta cara a cara con nosotros mismos.
Es un asunto de volver a los primeros principios: empezamos desde dentro, desde nuestro ser central. ¿Cuál es nuestro motivo? Tenemos la tendencia de pensar sobre iniciación como algo que esta muy lejos de los acontecimientos diarios, pero cada vez que superamos una debilidad, cada vez que tenemos la valentía de vernos a nosotros mismos tal y como somos, experimentamos la prueba de nuestro ser superior sobre nuestro ser inferior, ponemos a prueba el temple de nuestro carácter. "El fuego prueba al oro, la adversidad lo hace con las almas vigorosas," escribió Séneca, estadista y filosofo romano del primer siglo DC.* Cualquier forma de sufrimiento intenso, especialmente cuando es creado por nosotros — mediante la falta de voluntad, inestabilidad emocional, o por estar atrapado dentro de un vórtice de pensamiento indigno de nuestro modelo particular interno — puede volverse una experiencia iniciadora. El vocablo iniciación significa "principio," el cambio consciente de una nueva hoja en nuestro Libro de la Vida. Internarse en las tinieblas de nuestro infierno individual y surgir envuelto con la luz de nuestro ser radiante, con capacidad para satisfacer sus demandas, es una forma de iniciación.
*Moral Essays, "On Providence," 5, 9.
Cuando interiormente adoptamos una postura es porque estamos preparados de antemano para lo que se nos venga encima; pero si evitamos hacerlo, cuando nos enfrentemos con desafíos verdaderamente severos, no estaremos preparados para responder responsablemente. Tomemos la rueda como metáfora: si vivimos en pensamiento y aspiración tan cercanamente al eje de nuestro ser como podamos, el giro de la rueda del karma no nos triturará; pero si vivimos en el borde o en la circunferencia de nuestras vidas, nos arriesgamos a ser pulverizados bajo la rueda del karma. Esto puede y haría que suceda más de lo que es necesario; y es algo cruel el presenciarlo — y experimentarlo. Sin embargo, aprendemos lecciones inapreciables con humildad y compasión: no solamente ganamos enormemente, sino que, en el mejor de los casos y mediante todo ello, nos volveremos suficientemente sensibles para ayudarle a los demás a que vean que, si ascienden a través del radio de su ser hacia el eje de ellos mismos, sin lugar a dudas que obtendrán dominio propio, fortaleza y luz sobre sus senderos.
Una de las oportunidades más nobles que se nos puede presentar es la de transmitirle confianza a nuestros prójimos de que, no importando cuán frágiles pueda que seamos, o que pensemos que sí lo somos, todos tenemos la facultad suficiente para gozar de nuestras vidas en una forma honorable, previsora y auto-disciplinada. Debemos permitirle a nuestro ser superior que tome posesión del destino de nuestra vida. ¿Existe otro magnífico regalo que el de ofrecerle a alguien la seguridad de que él tiene lo que se necesita para manejar su karma, con la frente en alto, sin tomar en cuenta cuántas veces él pueda ser derribado? No estamos solos en nuestras luchas. Cada uno tiene su cruz para tomarla, alguna debilidad de carácter que superar; así como también cada cual tiene sus firmezas para construir sobre ellas. Dicho en forma sencilla: si tenemos la entereza de "mantenernos firmes," que no nos importe cuántas veces podríamos tropezar o cuán lejos podamos caer, porque no existe fracaso, solamente triunfo.
Somos seres superiores, cósmicos en poder, y usamos vehículos humanos para el crecimiento y la expansión de nuestra conciencia. Todo hombre, mujer y niño, está aquí sobre la tierra como el producto de aeones de experiencia, cada uno de nosotros ingresando a la vida sobre la tierra como un alma anciana para un propósito divino. No existe una sola vía de experiencia o responsabilidad que no pueda ser vista a través de los ojos de nuestro ser cósmico. Esto le da una nueva perspectiva a nuestra experiencia aquí en la tierra. De hoy en adelante sabemos que, cualquiera que sean nuestras circunstancias, no tenemos nunca que ser vencidos por el karma porque la perspectiva prolongada de muchas vidas, es un recordatorio persuasivo de los recursos ilimitados de los cuales podemos echar mano.
La naturaleza demanda lo máximo de sus hijos para que florezca todo su potencial. Cada momento, día tras día, nosotros los humanos, con nuestras facultades maravillosas de la mente y la intuición contribuimos, o bien al bienestar o al malestar de la raza humana, y al hacerlo así, dejamos nuestro sello sobre los dominios noúmenos o causales. Por supuesto, nadie debiera esperar perfección para sí mismo o para alguien más. Nuestro objetivo no es obtener auto-perfección; más bien, es emular la vida de servicio de aquellos quienes vienen sucesiva y repetidamente como acarreadores de luz, nuevamente portadores de las enseñanzas antiguas de sabiduría. Cualquiera que sea nuestro cometido — ya sea como obrero, ama de casa o profesional — cuando damos lo óptimo de nosotros mismos para cumplir con nuestro dharma en particular a fin de promover a la generalidad, nuestras debilidades ocupan un segundo lugar. Aun así, debemos manejarlas, pero no existe un llamado para centralizar atención indebida sobre ellas.
Nosotros, y el total de la humanidad, tenemos que levantar nuestras conciencias, desde lo que es desintegrante y dispersador hasta el nivel de la parte creativa y constructiva de nuestra naturaleza. La manera más eficiente de crecer es olvidarnos de nosotros mismos mientras nos integramos con nuestras responsabilidades. Esto parecería más bien extraordinario, y sin embargo, funciona porque cuando nos absorbemos proporcionándole atención completa a la tarea encomendada, por ese espacio de tiempo automáticamente nos olvidamos de nuestras preocupaciones. Cuando les ponemos atención nuevamente, muchas veces y para nuestra sorpresa, obtenemos un punto de vista más claro en cuanto al planteamiento que debemos tomar.
En su Yoga Sutras, Patañjali, de la antigua India, recomendó control sobre la mente y las miríadas de pensamientos e imágenes que, quiérase o no, pasan a través de nuestra consciencia: cuando vaciamos el fluido de nuestra mente dentro de un recipiente, nuestra mente adopta esa forma, lo que indica que debemos estar atentos en donde centramos nuestra atención. Un pensamiento colateral se le atribuye a otro antiguo sabio hindú, Yasca: yadyad rupam kamayate devata, tattad rupam devata bhavati, "Cualquiera que sea el cuerpo (o forma) que un ser divino aspira obtener, ese cuerpo (o forma) será adoptado por ese divino ser."* Inevitablemente, nuestra consciencia fluirá dentro del recipiente de pensamiento o emoción para el cual tenemos la mayor afinidad. Para modificar y extender nuestras normas actuales, debemos modificar y extender los recipientes existentes, o romperlos. Esto requiere valentía y voluntad. A medida que nos abramos a nuestra luz interna, esa luz fluirá a través nuestro. A medida que alguien, por su propio método, se convierta en portador de luz, así ese alguien tendrá la llama de la fraternidad que arderá en su corazón para acarrear esperanza y ánimo dentro de este mundo.
*G. de Purucker, The Esoteric Tradition 2:701.
Cuando alcanzamos arriba de la mente-cerebro, hasta el corazón de aquellos con quienes tenemos diferencias, concesiones mutuas de sentimiento y disposición de ánimo se dan para ambas partes, y en un tiempo no muy prolongado, aun la más espinosa situación obtiene posibilidades de ser resuelta. Así ocurre también con nuestras relaciones usuales con nuestra familia o en el trabajo: cuando espontáneamente recurrimos a la grandeza de la otra persona partiendo desde la grandeza que existe dentro de nosotros, nos convertimos en clarividentes en forma natural y reconocemos la necesidad íntima del uno para con el otro. Existe belleza y magia en esto porque la naturaleza nos brinda su ayuda. Y es así como Katherine Tingley nos recuerda:
Nuestra fortaleza yace en que nos mantengamos positivos, en retener un gozo constante en nuestros corazones; en meditar momentáneamente sobre todas las grandiosas ideas flotantes hasta que las hayamos atrapado y las hayamos hecho nuestras; en meditar con la imaginación sobre la vida de la humanidad en el futuro, y en su magnificencia; en dar énfasis a la concepción de la fraternidad. — Theosophy: The Path of the Mystic, p. 21
Esas ideas grandiosas y flotantes que continuamente circulan por dentro y a través de la consciencia del pensamiento de la humanidad, son la fuente de nuestra sabiduría innata. Sencillamente tenemos que recobrarlas, recordar nuestro conocimiento innato sobre ellas, y ellas se convertirán en nuestra inspiración.
Todo ser humano tiene derecho legítimo a su propia forma de sentir y pensar, a su propia idiosincrasia. Necesitamos respetar la calidad interna de los demás tanto como deseemos que la nuestra sea respetada. Con seguridad, la contribución más duradera que podríamos hacer para que se produzca el reconocimiento de la dignidad de cada ser humano, sería la de comenzar haciéndolo nosotros silenciosamente desde dentro de nuestra propia alma. Toda persona que realmente advierta que cualquier otro individuo no es solamente su hermano, sino que es su propio ser, está añadiendo su cuota de energía espiritual a la fuerza moral del ideal de la fraternidad.
No estamos separados — somos un flujo de vida, una familia humana.
¿Cómo y dónde empezamos? Todos nosotros tenemos nuestras responsabilidades hogareñas y profesionales. Estas cuentan primero: le debemos a nuestra familia la plenitud de nuestro amor, devoción, inteligencia y apoyo. Asumimos que cada día confiaremos en que descifraremos el karma que ello acarrea con la suficiente claridad que nos permita avanzar como debiera ser. Todo comienza en forma de semilla. Sin embargo, el milagro consiste en que el árbol ya está diseñado dentro de la semilla. Cada etapa de crecimiento tiene su molde en la esencia de la semilla, en el infinitésimo de espacio (akasa) dentro del corazón, el cual reside en el núcleo de una estrella como en el núcleo de un átomo.* Tenemos que vivir al máximo cada momento y darle a cada persona y a cada circunstancia, por muy pequeña que sea, la totalidad de nuestro corazón y pensamiento a fin de que sólo la calidad más pura y más genuina de karma pueda darse. Sólo así se puede ser sensible a la llamada interna de cada individuo o suceso. Aun más que evitar remordimientos, o el sentimiento de haberse permitido otra caída por haber sido desatento o falto de seriedad, allí habría solamente energía constructiva y vital fluyendo entre nosotros y con aquellos con quienes nos asociamos. Si nos concentramos en la realidad de los pensamientos y la circulación de ellos en la luz astral, si cada uno de nosotros fuese capaz de disponer conscientemente de su corazón en cada momento de cada día, manteniéndose firme al ideal de servicio, la consciencia mental y espiritual de la humanidad estaría en contacto íntimo con la luz.
*Cf. Chandogya Upanishad, VIII, 1, 3.
Formamos parte de una tarea espiritual mucho más inmensa que lo que nuestra mente finita puede comprender — asociada en el patio más remoto, pero quiérase como sea, asociada a una fraternidad desde cuyo hogar central se derraman los magnetismos espiritualizadores que guardan a nuestro planeta y a sus humanidades dentro de su derrotero — en tanto como el karma mundial lo permita. Es infinitamente inspirador pensar que todo aspirante es un partícipe en una tanda continua de luchadores, cada uno haciendo lo posible para que el que viene después tenga la esperanza y la energía para cumplir esas conquistas del espíritu, de las cuales estamos esperando el momento y las circunstancias oportunas para que se logren. Pasemos la antorcha de la valentía, la perseverancia y la devoción: no importa que cada uno sea de mérito minúsculo; aun así, todos y cada uno formamos parte del vínculo de oro en la cadena búdica de compasión y amor, cuyos alcances más íntimos están más allá del sol y las estrellas.