Hay cuatro momentos cruciales en el año: los solsticios de invierno y verano, y los equinoccios de primavera y otoño. El ciclo del año entre la gente antigua fue siempre considerado como un símbolo de la vida del hombre, o en realidad, de la vida del universo. Nacimiento en el Solsticio de Invierno, comienzo del año; adolescencia — pruebas y su conquista — en el Equinoccio de Primavera; madurez, fuerza total y poder, en el Solsticio de Verano, representando un periodo de iniciación cuando se hace la Gran Renunciación; cerrando con el Equinoccio de Otoño, el periodo de el Gran Paso. El ciclo del año también simbolizaba el entrenamiento del discípulo.
A la hora del Solsticio de Invierno, dos son los grados principales por los que el neófito o iniciado debe de pasar, es decir, los grados cuarto y el séptimo o último: el cuarto para personas menos avanzadas, aunque, no obstante, son grandes hombres; y la última o séptima iniciación llega a raros intervalos mientras las edades de los ciclos avanzan, siendo los nacimientos de Buddhas y Cristos.
Durante la iniciación de esos individuos de menor capacidad espiritual e intelectual que el material humano con el que nacen los Buddhas, durante esta cuarta iniciación, al postulante se le enseña que se libere de todos los obstáculos de la mente y de los cuatro principios inferiores de su constitución; y siendo entonces libre pasa a través de los canales magnéticos o circulatorios del universo hasta los portales del sol, pero allí para y regresa. Tres días, por lo general, es el tiempo requerido para esto, después el hombre se levanta como un iniciado completo, pero con el entendimiento de que delante de él hay montañas más altas que escalar en el sendero solitario, el sendero apacible, el sendero estrecho que lleva a lo divino.
En lo que se refiere a la séptima iniciación, ésta ocurre en un periodo de 2.160 años humanos, el tiempo que le toma a un signo del zodiaco pasar de una constelación a la siguiente; en otras palabras, lo que entre los místicos de Occidente se llama el Ciclo Mesiánico. Cuando los planetas Mercurio y Venus, el Sol y la Luna y la Tierra se sitúan en sizigia, entonces la libre mónada del noble neófito puede pasar a lo largo del sendero magnético a través de estos cuerpos y continuar directo hacia el corazón del Sol. Por catorce días el hombre dejado en la tierra está como en trance, o deambula aturdido, en un estado de semi-estupor; porque la parte interna de él, la parte real de él, anda peregrinando en las esferas. Dos semanas después, durante la mitad luminosa del ciclo lunar o mes, o sea cuando la luna está llena, la mónada peregrinante retorna rápidamente como un iluminante pensamiento a través del mismo camino por el que ascendió al Padre Sol, tomando de nuevo las vestimentas que había dejado en cada planeta mientras pasaba a través de él: el ropaje de Mercurio, el ropaje de Venus, el ropaje de la Luna — del cuerpo lunar, de la órbita lunar — y de la Luna la mónada regresa al cuerpo en trace que dejó atrás. Entonces, por un periodo corto o largo de acuerdo a las circunstancias, todo el ser del neófito es irradiado con el esplendor espiritual solar, y él es ya un Buddha que acaba de “nacer.” Todo su cuerpo está en una gloria flamante, por decirlo así; y de su cabeza y atrás de su cabeza especialmente, como una aureola, brotan rayos, rayos de gloria como una corona. Es por esto que en el occidente las coronas y en el más cercano oriente las diademas eran usadas formalmente por aquellos que pasaban esta prueba, porque en verdad son ellos Hijos del Sol, coronados con el esplendor solar.
En estas iniciaciones el hombre muere. La iniciación es muerte, muerte de la parte inferior del hombre; y en realidad el cuerpo muere, y sin embargo se mantiene vivo no por el espíritu-alma que ha volado de él como una mariposa que se libera de su crisálida, sino por aquéllos que lo están vigilando, esperando y cuidando. Es porque se mantiene la tríada del cuerpo viva, que el peregrinante espíritu-alma es al final capaz de regresar como un pájaro a su nido, donde reconoce su anterior hogar corporal, y “renace” pero, en este caso, renace en el mismo cuerpo. Durante el periodo de tiempo cuando la mónada peregrina está ausente, ya sea por tres o catorce días, la mónada desencarnada ha seguido literalmente el sendero de la muerte, pero lo ha hecho rápido, y en menos de quince días. En realidad el proceso es idéntico al que se sigue en el proceso de la muerte y reencarnación, porque regresa al cuerpo en trance por el mismo camino que se sigue en el renacimiento, en la reencarnación, y es como si hubiera renacido en el cuerpo viejo en lugar de haberlo hecho en uno nuevo; y por lo tanto se decía de tal hombre en la India, que era un dvija, como dicen los Brahmanes de Āryāvarta, un iniciado “dos veces nacido.”
Esta frase también tiene un significado más: el que ha nacido de las cenizas de la vieja vida, y dicha vida está ahora extinta y muerta. Pero también tiene un significado más profundo del que ya he hablado. Estas iniciaciones del séptimo grado que ocurren una vez durante el Ciclo Mesiánico, y que producen el fruto espiritual de un Buddha menor, mejor llamado Bodhisattva, no deben ser confundidas con una de las grandes iniciaciones conocidas por la raza humana, es decir, las que pertenecen solo a los Buddhas raciales. Hay en cualquier raza-raíz solamente dos Buddhas raciales. Sin embargo, los Bodhisattvas de diferentes grados de grandeza evolutiva son numerosos. Los Bodhisattvas cíclicos, como se mencionaba anteriormente, vienen, uno por vez, en cada Ciclo Mesiánico de 2.160 años y son usualmente de carácter avatārico.
Hay casos en que el neófito falla; sin embargo, éstos tienen otra oportunidad en otras vidas; no obstante, la pena por fallar es, en esta vida, la muerte o la locura, y la pena es muy justa. Solemnes son en verdad los avisos que se les dan a esos que van a volar como pájaros en los éteres de los mundos internos y siguen los pasos de aquellos que les han precedido en las circulaciones del universo.
Cuando vemos una noche estrellada, o durante el día levantamos la vista y miramos el esplendor del Padre Sol brillar en la bóveda azul del medio día, cuán vacía parece ser la extensión del espacio, parece como algo vacuo, ¡como un vacío! Los astrónomos nos dicen que la tierra es una esfera que está suspendida en el vacío, en el éter, libre, excepto por la atracción gravitacional del Sol, y que la tierra sigue su senda, su órbita, unida únicamente al Sol por la gravitación; en otras palabras, ese espacio es un vacío. Sin embargo, hablando místicamente, el espacio es śūnyatā: “vacío”, en su significado esotérico, pero no significa vacío como lo entienden los astrónomos occidentales. Porque el espacio que miramos, el que nuestros ojos físicos piensan que ven, o no ven, es una sustancia tan densa, tan concreta, que ninguna concepción humana puede dar una idea clara de lo que es a la mente-cerebro sino a través de la matemática.
El físico astrónomo J. J. Thomson calculó hace algunos años que el éter del espacio era dos mil millones de veces más denso que el plomo. Esto renueva una vieja doctrina; aunque recuerden que la manera apropiada de expresar este hecho depende en su totalidad del punto de vista que se adopte. Tenemos ojos que han evolucionado para sentir, para penetrar, la materia de nuestra esfera, y vemos lo que para nosotros parece ser vacío, pero en realidad lo que parece vacío está completamente lleno, es, de hecho, un pleno, un pleroma, lleno de mundos, de esferas, de planos, de jerarquías, de entidades evolucionando en estos mundos, esferas y planos.
Por favor traten de entender con claridad esta idea. Nuestro sistema-sūrya en su totalidad, nuestro sistema solar, llamado el Huevo de Brahmā, puede verse, desde un punto de vista muy verdadero, como un enorme cuerpo agregado ovoide, suspendido en el espacio; y si un astrónomo en un globo distante en las profundidades estelares viese nuestro Huevo de Brahmā y si lo viese desde un plano superior apropiado, nuestro sistema solar entero le parecería a él como un cuerpo ovoide de luz, como una nebulosa irresoluble en forma de huevo. Esto incluiría todo el “vacío” que vemos, o que creemos ver, el llamado vacío, por lo tanto incluiría todo nuestro mundo solar del Huevo de Brahmā, desde el corazón de nuestro Padre Sol hasta más allá de los confines de lo que nuestros astrónomos llaman los planetas más lejanos.
El Huevo de Brahmā está compuesto de esferas concéntricas centradas en el Sol y cada una de estas esferas es un mundo cósmico. Su corazón, el corazón de cada una de ellas, es el Sol. El mundo o esfera de nuestra Tierra es uno de ellos, y rodea al Sol como una esfera de una sustancia densa, y el núcleo en esta esfera o huevo, es a lo que llamamos comúnmente Tierra; así es también la esfera de Mercurio, la de Venus, la de Marte, la de Júpiter, la de Saturno; sí, y también la de Urano. Sin embargo recuerden que Urano no pertenece a nuestro sistema sagrado de mundos, aunque pertenece a nuestro Huevo de Brahmā.
En conexión con esto, noten que cualquier esfera concéntrica como la de nuestra Tierra, o la de Júpiter, o la de Mercurio, es de hecho un Huevo o Esfera de Brahmā, sin embargo, el núcleo de tal esfera o planeta, si se ve en movimiento desde otro plano, parecerá verse como una ola u onda que avanza constantemente dentro o alrededor de una zona o cinturón sólido o semi-sólido; siendo en realidad esta zona o cinturón lo que nosotros llamamos, en nuestro plano, el lugar de la órbita de un cuerpo planetario tal como el de la Tierra, el de Júpiter, o el de Mercurio. El significado de esto es que una órbita planetaria tal como la de la Tierra vista desde otro plano, es en realidad un cinturón o zona alrededor del Sol, siendo el camino, por decirlo así, del núcleo que, en esta zona, puede considerarse en movimiento como un ola o oleaje que se desplaza constantemente alrededor de este cinturón, zona o anillo. Por lo que se ha dicho, es obvio que a lo que llamamos un planeta puede verse desde tres diferentes planos de visión, como tres objetos diferentes. Primero como un globo, tal como lo vemos en este plano; segundo, desde otro plano se puede ver como una ola u onda que avanza circularmente siguiendo el curso de una zona anular o cinturón alrededor del Sol; y tercero, como una esfera concéntrica, o mejor dicho un esferoide o huevo, con su centro en el corazón del sol.
Estos mundos concéntricos o esferas están en constante movimiento circular de revolución alrededor del corazón del Sol, las esferas dentro de sí mismas parecen como pieles de cebolla y sin embargo, en cierto sentido cada una está formada de diferentes materias, de materias de diferentes estados a las de las otras esferas, y por tanto pasan a través de cada una de las otras tan fácilmente como si éstas no existieran. Es así como nuestros ojos pueden ver algunos de los cuerpos estelares que están después de las órbitas de Marte, Júpiter y Saturno. Todo lo que vemos del cúmulo estelar que está fuera de nuestro huevo de Brahmā sucede que no es más que esas estrellas o soles en particular, los cuales por haber alcanzado el mismo grado de evolución material en el que nosotros mismos estamos ahora y en el que nuestro Sol físico se encuentra, son, por lo tanto, visibles a nuestros órganos de la vista. Si viviésemos en otro plano, nuestra visión no podría penetrar las materias respectivas, o las órbitas o esferas, de Marte, Júpiter o Saturno. Solo estos tres planetas esconden billones y billones de soles que nosotros durante nuestro presente manvántara o ciclo no podemos ver. Algún día muy lejano mientras la evolución trabaje en la materia de nuestro mundo-esfera, veremos algunos de los soles-rājā ahora escondidos por estos tres planetas, por las esferas de éstos, porque los planetas y sus respectivas esferas son realmente lo mismo. Es precisamente porque el Huevo de Brahmā es totalmente sustancial, y porque el espacio interplanetario es, por tanto, totalmente sustancial, que la luz que pertenece a este cuarto plano cósmico puede pasar de las estrellas a nosotros.
Hablando de estas esferas concéntricas, por favor recuerden que la concepción correcta de la estructura y características del Huevo de Brahmā debe incluir el darse cuenta del significativo hecho de que hay muchas más esferas concéntricas planetarias que las de los ocho, nueve o diez planetas conocidos por la astronomía occidental. Hay muchos planetas en el sistema solar que son completamente invisibles a los medios de cualquier instrumento o aparato astronómico, y además, todavía más importante, hay muchas esferas concéntricas que pertenecen enteramente a otros planos del cosmos, y cada una de estas esferas concéntricas, que en algunos casos son superiores y en otros inferiores a nuestro plano, están tan por entero habitadas con una variada cantidad de seres, como lo está nuestro propio plano. Cada plano tiene sus propias jerarquías de habitantes, sus propios mundos habitados con sus moradores, con sus países, sus montañas, océanos, lagos y viviendas como nuestra Tierra los tiene.
Consideradas como un todo, estas esferas-mundos concéntricas fueron las esferas cristalinas de los antiguos que los astrónomos modernos han interpretado tan mal y de las que se han burlado tanto. ¿Qué significaban realmente estas palabras: “esferas cristalinas”? Significan que eran esferas de las cuales el centro era el Sol, y eran transparentes a nuestros ojos. Así como el vidrio es muy denso y sin embargo transparente a nuestra vista, así son los éteres de nuestro cuarto plano cósmico; muy densos, y sin embargo transparentes para nosotros. Para los habitantes de la Tierra que ven el fenómeno del sistema solar desde la Tierra, debido a la rotación de la Tierra, el sistema entero de esferas concéntricas parece girar alrededor de la Tierra, y de esto surge la manera geocéntrica de ver los movimientos aparentes de los planetas y del Sol, la Luna y las estrellas. Todas las cosas en la naturaleza universal son repetitivas en estructura y acción. Lo pequeño refleja lo grande y lo grande se reproduce a sí mismo en lo pequeño, porque en verdad, los dos son uno.
Es más, debido a la estructura magnética y a la acción de los doce globos de nuestra cadena planetaria, nuestra Tierra tiene una acción magnética bipolar de doce clases diferentes; solo uno de esos pares polares es conocido por nuestros científicos, los otros son desconocidos. Nuestro Huevo de Brahmā, nuestro sistema solar como un todo, también tiene doce trayectorias magnéticas bipolares, o los que de manera abreviada se conocen como polos magnéticos, y cada uno de estos doce polos tiene su lugar en una de las doce constelaciones del zodiaco, o mejor dicho, las doce constelaciones del zodiaco son los lugares de los doce polos del periodo zodiacal. La rueda de la vida con sus doce rayos sigue girando para siempre.
Así es como un ser humano puede ser hijo del Sol. Así es como el ser humano puede ascender a través de los caminos magnéticos desde la Tierra a la Luna, de la Luna a Venus, de Venus a Mercurio, de Mercurio al corazón del Padre-Sol, y regresar. En la jornada hacia afuera ciertas fundas o túnicas de la mónada peregrina se van dejando en cada estación planetaria. Polvo al polvo en la Tierra. El cuerpo lunar se suelta y abandona en los valles de la Luna. En Venus el ropaje de carácter venusiano es también dejado de lado; y lo mismo ocurre con Mercurio. Entonces la porción solar de nosotros se recoge en su propio corazón. En su viaje de regreso, la mónada peregrina deja el sol después de reasumir su propia funda solar. Entra en la esfera de Mercurio y recoge los vestidos que había dejado a un lado, los toma, y luego pasa a Venus y se reviste con lo que había dejado, después entra a la esfera no-santa de la Luna y en sus valles oscuros recoge su anterior cuerpo lunar; luego nace en la Tierra en los rayos lunares de la Luna llena. Tierra a Tierra, Luna a Luna, Venus a Venus, Mercurio a Mercurio, Sol a Sol.
La iniciación es llegar a ser, por una experiencia auto-consciente, temporalmente uno con otros mundos y planos, y los varios grados de iniciación marcan los varios estados de avance o de habilidad para hacerlo. Así, como las iniciaciones progresan en grandeza así el espíritu-alma del iniciado penetra cada vez más profundamente en los mundos y esferas invisibles. Uno ha de conocer todos los secretos del huevo solar antes de llegar a ser una divinidad en ese huevo solar, tomando parte, autoconsciente y deliberadamente, en la labor cósmica.
Prepárense continuamente, porque cada día es una nueva ocasión, una nueva puerta, una nueva oportunidad. No pierdan los días de sus vidas, porque el tiempo vendrá, fatalmente vendrá, en que sea el turno de ustedes, el turno en que emprendan esta la más sublime de las aventuras. Gloriosa más allá de las palabras será la recompensa si tiene éxito. Por lo tanto, practiquen, practiquen constantemente su voluntad. Abran sus corazones más y más. Recuerden la divinidad en su interior, la divinidad más interna en ustedes, el corazón de ustedes, la esencia de ustedes. Amen a otros, porque los otros son ustedes mismos. Perdónenlos, porque al perdonarlos a ellos se están perdonando a ustedes mismos, Ayúdenles, porque al hacerlo ustedes se fortalecen. Ódienlos y al hacerlo estarán preparando a sus propios pies para descender al Foso, porque al odiarlos, a ustedes mismos se están odiando. ¡Den la espalda al Foso y vuelvan sus rostros hacia el Sol!