Veamos ahora el ciclo iniciatorio del equinoccio de primavera. Concerniente a éste hay una doctrina que es a la vez maravillosa y extraña la cual está basada en las operaciones de la Madre Naturaleza. Debe recordarse que esta expresión Madre Naturaleza, cuando se usa en su sentido esotérico, incluye no solamente la caparazón física del universo que nos rodea, de la cual conocemos su existencia a través de nuestros imperfectos sentidos, sino que también, más en particular, incluye el vasto y real reino sin fronteras de los espacios del espacio.
Esta extraña y maravillosa doctrina describe que la gran aventura iniciática en la que el noble iniciado entra en la época del Equinoccio de Primavera es una copia, una duplicación, un evento repetitivo, en nuestra pequeña esfera humana de lo que en realidad ocurre a intervalos cósmicos entre los dioses. Las iniciaciones que se llevan a cabo aún en nuestros días con una regularidad más o menos ininterrumpida durante el Equinoccio de Primavera, incluyen no solamente el pasar por las pruebas y una definitiva resurrección en el hombre personal de su dios interno y una ascensión a la esfera espiritual, por lo menos por un tiempo, de la conciencia perceptora del iniciado, sino que también incluye lo que comúnmente se ha llamado en la literatura occidental, al tratar este tema, el descenso del neófito-iniciado, sin importar cuán grande sea su estirpe espiritual, al Inframundo, a esos muy reales pero para nosotros completamente invisibles reinos del espacio que tienen su existencia en lugares cósmicos todavía más materiales que nuestra densa esfera de sustancia māyāvica física.
Sería equivocado considerar este Inframundo como perteneciente exclusivamente a lo que ha sido llamado en la literatura teosófica la Octava Esfera, o sea el Planeta de la Muerte, aunque en realidad la Octava Esfera debe ser visitada por la conciencia perceptora peregrinante a su debido tiempo.
Tenemos, entonces, una imagen de la iniciación en el Equinoccio de Primavera como una fase del ciclo general iniciatorio, esta fase consiste en severas e indagadoras pruebas espirituales, intelectuales y psíquicas así como también pruebas astrales por un lado, y por otro lado, también incluye un descenso de las mónadas peregrinantes de seres humanos promedio a esferas nunca recorridas en el curso ordinario de su desarrollo, una vez que estas mónadas han empezado a manifestarse en el campo humano.
Esta doctrina extraña y misteriosa la cual brevemente hemos delineado nos dice que en nuestra Tierra, en esta solemne y sagrada ocasión, ocurre una repetición o duplicación de lo que a ciertos intervalos se lleva acabo entre las divinidades. Así como algunas veces en el progreso del destino cósmico, cierta divinidad deja su esfera luminosa y “desciende” o mejor dicho transfiere una porción de su propia esencia divina al mundo del hombre con el propósito de ayudar y guiar a la errante humanidad, exactamente lo mismo hace el neófito-iniciado que desciende o transfiere su conciencia perceptora al Inframundo para aprender y también ayudar a los habitantes de esas oscuras esferas. Lo que los dioses desde su noble altura hacen al ayudarnos, lo mismo hacen estos grandes hombres en esferas abajo de la nuestra.
Al considerar esta profunda enseñanza y al comenzar a notar sus extraordinarias y enigmáticas paradojas, nos podríamos preguntar por qué una divinidad tiene que “descender” o proyectar una porción de su esencia en nuestra esfera, la cual dejó atrás hace muchos eones en su progreso evolucionario. La explicación reside en otras enseñanzas concernientes a la naturaleza de nuestro sistema solar cósmico, tal como éste se percibe desde el punto de vista espiritual. Se nos enseña que aun los dioses están sujetos al destino omnipotente, que aun ellos en sus nobles esferas hacen y deshacen karma, y empiezan y terminan después de que han completado trabajos de una influencia muy alta en los espacios cósmicos, que cierta porción de estas actividades divinas deben por necesidad alcanzar e influenciar profundamente las esferas de los hombres.
Cuando el estudiante de esoterismo entienda la profunda enseñanza filosófica concerniente al verdadero significado de la tríada de las deidades hindú llamadas Brahmā, Vishnu y śiva llegará a entender por qué ocurren estos eventos de los que recién hemos hablado. Brahmā es el principio evolucionante y productor, Vishnu es el sostenedor, el conservador, śiva es el patrón particular de los esotéricos, el regenerador porque es el que resuelve.
Mirar a esta tríada de divinidades en el sistema solar de la manera que lo hace la literatura exotérica hindú es perder el significado y el alcance de la enseñanza esotérica relacionada a ella. Las tres divinidades, son tres individuos, y sin embargo son uno, así como evolución e involución son dos y sin embargo son esencialmente una, porque nada puede hacer evolucionar lo que está adentro antes de que eso de adentro haya involucionado en ello. Por lo tanto, no puede haber Brahmā o evolucionador o productor a no ser de que el regenerador o resolvedor en un periodo cósmico pasado haya ya hecho involucionar con anterioridad las semillas del universo para que evolucione o se produzca. Ni tampoco podría haber ningún manvántara o curso de vida cósmica sostenida y evolución a no ser por la incesante y continua influencia del sostenedor, conservador y preservador.
Por lo tanto, entonces, estas tres energías espirituales divinas en el sistema solar, que son distintivamente tres y sin embargo una en esencia, en verdad son la tríada superior del septenario perteneciente a los diez principios de nuestro cosmos solar, y por lo tanto, en su grandiosidad existen y trabajan en lo que para nosotros es completo silencio y obscuridad, porque son los tres mundos superiores del sistema planetario solar de vida-energía-conciencia.
De vez en cuando, regido estrictamente por el karma del sistema solar, aparece un impulso en el seno de Mahā-Vishnu para manifestar una porción de sí mismo, esta porción siendo una divinidad; y este impulso o apremio súper-espiritual nunca se puede negar o ignorar. Es más, este impulso tiene un nombre técnico en la enseñanza esotérica. Es llamado bīja, que significa “semilla”, o más preciso quizás avatāra-bīja — la semilla cósmica de los Avatāras.
Los Avatāras aparecen en la Tierra en intervalos cuando las energías espirituales están muy bajas entre nosotros y las fuerzas materiales surgen en olas turbulentas muy altas. Es como si se diera una tensión psicomagnética espiritual en la estructura del sistema solar, dando como resultado una descarga eléctrica-espiritual de energía espiritual, algo así como el relámpago en la tierra, siendo esta descarga popularmente llamada el “descenso” del Avatāra, preservando así la estabilidad y el equilibrio de las cosas. Eso mismo, en nuestro mundo, se da en el caso de estos grandes hombres, estos sublimes neófitos-iniciados que durante el curso de su iniciación “descienden” al Inframundo con el solo propósito de traer luz espiritual a esos seres encadenados en las obscuridades de esas esferas tenebrosas, esferas que para nosotros parecerán regiones tenebrosas porque estamos en una esfera superior a la de ellos.
Tan estrechamente tejida está la naturaleza toda, tan intrincadas e íntimamente entretejidas están las hebras de la red de la vida, que toda la naturaleza se debe de considerar como un vasto organismo, y cuando existe la falta de algún elemento-energía en cualquier parte del cuerpo cósmico, entonces se da un impulso vehemente de otras partes que poseen este elemento-energía en abundancia, dirigido al lugar donde esta energía se necesita, y un consecuente pasaje o peregrinación o transferencia del elemento-energía que se necesita, a su destinación para que la estabilidad y el equilibrio de la estructura cósmica se pueda restablecer o mantener.
Los periodos de iniciación no suceden por casualidad o por azar, ni son gobernados por los deseos y voluntad de los seres humanos, aunque sean grandiosos y sublimes, sino que suceden estrictamente de acuerdo a la acción del magnetismo cósmico espiritual del universo. En consecuencia, los grandes neófitos iniciados entran en sus pruebas y hacen viajes al Inframundo porque en su debido momento han llegado a ser por completo los sirvientes obedientes de la ley del universo, y por lo tanto no harían otra cosa.
De lo que se ha dicho, por lo tanto, es eminentemente obvio lo grande que es el pulso compasivo del corazón de la naturaleza; pues eso que el hombre, en su falta de palabras adecuadas, describe con frases tales como: restablecer un equilibrio perturbado, o mantener la estabilidad cósmica, resulta ser una manera muy pobre de expresar el hecho de la operación automática de la vida cósmica, de restaurar las armonías cósmicas, en el reajuste de las energías cósmicas, todo a través de la dirección y control del inefable gran corazón de la vida-conciencia que late incesantemente sin ninguna pausa hasta el final del manvántara solar.
Por eso es que el Equinoccio de Primavera en particular y los Avatāras están relacionados, tanto en el pensamiento humano como en la realidad cósmica. Mantengan en mente que son tres los casos generales, o las instancias generales, en los que ocurren descensos o manifestaciones avataricas de energía espiritual en la existencia humana, como motores extraordinariamente poderosos. El primero es el de Avatāras producidos por la influencia de bīja en Mahā-Vishnu; segundo es el caso de Buddhas; y el tercero ocurre en raros intervalos entre los humanos que no son ni Avatāras ni Buddhas. Tengan presente que el Avatāra es el descenso de la influencia, o de una porción, de la divinidad a través de un intermediario, un aparato bodhisattvico-psicólogo para que pueda manifestarse en la vida humana en un cuerpo humano. Los Buddhas encarnan sus propias influencias espirituales divinas, en cada caso emanando de su propio dios interno, y hacen esto a través de todo el tiempo que trabajan en el mundo del hombre; ellos manifiestan estos poderes espirituales en propósitos y trabajos de indescriptible impacto benévolo y de un gran alcance benéfico.
Los raros casos de humanos que, sin ser Avatāras o Buddhas, de tiempo en tiempo toman o llegan a ser la morada de rayos espirituales-divinos, son esos hombres y mujeres inusuales que debido a una línea del karma la cual está libre de dañar o atar a la personalidad, son capaces de transmitir un rayo de la tríada superior de ellos mismos. Este rayo penetra y prende el fuego con su llama sagrada en el cerebro-mente y aparato emocional de tales hombres y mujeres.
Los casos de estos inusuales seres humanos pueden ejemplarizarse o demostrarse con hombres y mujeres cuya existencia demuestra un poder espiritual e intelectual que excede al promedio del hombre, y sin embargo son solamente seres humanos. Podrían ser por ejemplo, poetas con una noble mente, con visión al futuro, o artistas con una mente noble, filósofos, humanistas, estadistas; sin embargo, son solamente hombres y mujeres. No son ni Avatāras ni Buddhas, y su existencia es bien conocida por las diversas religiones del mundo, ellos han sido llamados con muchos nombres, tales como santos, hombres sagrados, u otros títulos similares.
Aunque estas tres clases que manifiestan rayos divinos espirituales —tan diferentes entre ellos— son las tres instancias en las que el espíritu divino se manifiesta en la esfera humana, se debe notar particularmente que la urgencia o el impulso originador en los tres casos surge del misterioso bīja que existe y trabaja desde el amanecer hasta el atardecer del manvántara cósmico en el seno de Mahā-Vishnu.
Como último pensamiento en relación a esto, recuerden que también hay Avatāras de Mahā śiva, así como los hay de Vishnu el sostenedor del universo solar; y que son estos Avatāras de Mahā śiva, los regeneradores solares, los que producen quizás los efectos más grandes que afectan la esfera del hombre.
El deber de algunos Avatāras, su característica o swabhāva es la de preservar y sostener todo lo que es espiritual, noble, bueno y sagrado; mientras que el trabajo de otros Avatāras es el de regenerar, hacer de nuevo, traer desde la matriz del destino lo que está esperando nacer. Por ello, es que el trabajo de la influencia de śiva ha sido con frecuencia y de una manera incorrecta, llamado destrucción. La profunda filosofía del proceso todavía no ha sido entendida por los académicos occidentales y orientales; sin embargo, es obvio que hay ocasiones traídas por la moviente rueda de la vida, cuando en el curso del destino el mal se debe derrumbar, cuando estructuras y trabajos que han perdurado a través de los tiempos deben de ser destruidos desde sus fundaciones hacia arriba, para que un nuevo edificio, y una estructura más grande y sublime, ya sea hablando material o espiritualmente, pueda ser levantada.
Difícil en verdad es el tema del pensamiento en el que nos hemos embarcado, y me siento con necesidad de dar una advertencia en el sentido de que no se debe saltar a la conclusión de que se ha entendido por completo el significado de esta maravillosa doctrina que brevemente he delineado. Recuerden que todo el universo solar es un organismo vasto, que se agita y palpita con vida por doquier, y que lo que los hombres llaman espíritu o lo que los hombres llaman materia son sólo dos fases, aspectos o eventos de la arremetida o fuerza de la vida-conciencia-substancia trabajando su sublime destino incomprensible.
Por lo tanto, nuestro entero sistema solar puede verse desde dos puntos de vista: primero como un cuerpo cósmico de esferas construidas en la tela de la conciencia cósmica; y desde el otro punto de vista, se puede ver como una extraordinaria y entretejida red de esferas que existen en diferentes planos, pero todos bajo el dominio —y existiendo dentro de los límites— de nuestra divinidad cósmica. Por lo tanto, cada átomo se agita lleno de vida y es un encarnado centro de consciencia, que nosotros llamamos mónada, y la única diferencia entre el átomo y dios, entre la hueste obscura y la hueste de luz, es una de desarrollo evolucionario.
Finalmente, tratemos de entender algo del significado de las experiencias tan llenas de misterio y de peligro, que algunos, más evolucionados que nosotros, están ahora experimentando.